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miércoles, 24 de febrero de 2016

No hay mujer como tú



Como tú no hay otra mujer,
quizás las haya más bonitas,
cuya belleza vislumbre al simple ser
pero a quien amo es a ti, mi negrita.

Indudablemente habrá más inteligentes,
pero ninguna será más prudente
al evitar decir palabras hirientes,
ni de espíritu más benevolente.

 Hay muchísimas de muy buen cuerpo,
de curvilíneas formas y exótica figura,
pero es a ti a quien dedico mi verso
llevando a tu corazón mis letras con ternura.

 Hay mujeres cuya infancia ha sido tranquila,
están muchas cuyo hogar ha sido estable
sin embargo, no me importa vida tan prístina
ni de formación conductual tan confiable.





Yo mismo no soy ningún dechado de virtudes,
ni soy el mejor partido según habrán opiniones,
pero soy quien te ama a pesar de las vicisitudes,
sin importarme para nada las razones.







 Seguro estoy que no soy la mejor persona,
de hecho, soy sólo un hombre muy singular
cuyo corazón al escogerte no razona
pero con mucha capacidad para amar.



 Recuerda, mi bien, que Dios nos creó a su imagen,
también nos hizo, con mucho amor, a su semejanza
para Él, todos tenemos su divino y especial linaje
que al amar como nos manda se ilumina su semblanza.




Amada mía, nuestra huella ha sido el trayecto
andando con altas y bajas, con gusto y sinsabor,
pero con frente alta, en familia es nuestro proyecto
construido con cariño en nuestra descendencia de amor.








Nuestro Padre del cielo no vino a buscar al puro
pues como humanos tenemos muchos errores,
murió por cada uno de nosotros, estoy seguro
cada gota de sangre en La Cruz decía sus amores.





 Que tanto tu como yo nos hemos equivocado?
quien no haya pecado lance la primera piedra!
Te aseguro que como yo nadie te ha amado,
si miento pido a Dios me trate como la hiedra.


 Reza la conseja: no es tarde cuando la dicha viene,
empecemos, mi bien, a amarnos como Dios quiera
que el tiempo que la Providencia nos deviene
sea como anticipo de la Gloria aquí en la tierra.


 Muy joven, frente al altar, te lo juré un día,
y aunque mañana me despida de esta vida,
con todo y mis defectos, a viva voz yo te diría:

Amor mío, fuiste, eres y serás mi consentida.

© Hernán Antonio Núñez



sábado, 6 de febrero de 2016

¿De qué vale?


De qué vale leer la Biblia todos los días y no poner en práctica su Santa Palabra? 
De qué vale llenarnos la boca diciendo que somos "cristianos" y no reconocemos a Cristo en nuestros semejantes?
De qué vale andar echando bendiciones (cual si fuésemos ángeles divinos), y no tener la humildad  siquiera de pedir la bendición,  reconociendo que somos unos viles pecadores?
De que vale decir que amamos a Dios cuando humillamos y despreciamos al prójimo?
De que vale estar metido en una Iglesia y descuidamos nuestro hogar y la propia familia?
De que vale darnos golpes de pecho delante de los hombres y no ofrecemos una mano de ayuda al necesitado?


De que vale recitar los pasajes bíblicos de memoria y vamos por allí libremente hablando mal de los demás?
De que vale decir que Dios es el único Juez y nos la pasamos juzgando a los demás, sin ver nuestras propias fallas?
De que vale hablar de ser agradecidos con Dios que nos provee y somos malagradecidos con los demás cuando tratan de ayudarnos, inventando fallas que solo están en nuestra mente, descargándoles nuestro mal genio e inconformidad con nosotros mismos?
De que nos vale conocer que la misericordia es una gran virtud que caracterizó a Jesucristo, cuando somos egoístas e impíos y sólo damos de lo que nos sobra o lo que ya se va a dañar, haciendo ver como que somos magnánimos o buenos?
De que nos vale conocer sobre el amor de Dios hacia sus creaturas si con nuestro mal humor y mala actitud ponemos en tensión a nuestro ámbito familiar y nuestro entorno?
De que nos vale saber que Dios envió su propio Hijo a sufrir en la tierra para que nuestros pecados fuesen perdonados y ni siquiera somos capaces de perdonarnos nosotros mismos, mucho menos perdonar a las demás personas?



¿A quién pretendemos engañar?  ¡Si Dios todo lo ve y todo lo sabe!
Dejemos de ser hipócritas cual fariseos y seamos auténticos y sinceros con nosotros mismos...
Dejemos de ser prepotentes, soberbios, altivos y seamos humildes y mansos de  corazón...
Lo que aprendamos de las Sagradas Escrituras hagámoslo parte de nuestro espíritu y sólo demostrémoslo con obras y no con palabras, porque las palabras se las lleva el viento y las obras permanecen...
No permitamos espacio en nuestro corazón al pesar o al rencor, pues limita el lugar para el amor!
© Hernán A. Núñez