El viento gime en la noche
dolorosa
la cintura vieja herrumbrosa ni
se queja
el dolor es gratis, en esta
suciedad
solo el joven es la promesa de
nueva vida.
Es como si la naturaleza sintiera
el dolor
de un pueblo atormentado de
caudillos
cuyas fauces lastimeras trozan
virtudes
de los pocos locos hombres
libertarios.
Mientras las féminas se
embraguetan
sus hombres solo trashuman
libidinosos
un licor blanquecino que es más
que ocio
y no se equiparan las masas en la
lucha.
Pero los jóvenes duermen
aletargados
por el opio concertado del
pudiente lacayo.
¿Qué le pasa al pueblo? ¿acaso cede el alma?
¿Ese es el pueblo que mi historia conoce?
El
tiempo irresoluto aun no termina,
pero
caen las horas por racimos, día,
noche
y ni siquiera el gallo vespertino,
despierta
voluntades escondidas, gachas.
Ha
de llegar el día que como un solo ente,
igual a peces que se juntan ante el tiburón,
la
gente arrecha de un tirón a su conciencia
y
sin ningún tipo de indulgencia
tome
lo que es suyo por derecho.
Dice
la conseja, que el cántaro se rompe
de
tanto coñazo que recibe en la fuente
y éste, que por cierto, aquí les escribe
al menos con las letras y la razón lucha.
Quizá
esa ayuda no sea mucha, según,
pero
es factible que algún indeciso se apreste
por
estos versos necios, insolentes y toscos
y
eso, queridos compañeros, ya es ganancia.
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