Discurso que pronunció
Juan Pablo II al recibir en el Aula Pablo VI del Vaticano a los
participantes en la XVIII Conferencia Internacional sobre «La depresión»,
promovida por el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud.
|
Adhesión del Pontífice con
los que trabajan en esta enfermedad
|
Queridos
hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, queridos amigos:
1.
Me siento muy contento de poder encontrarme con vosotros con motivo de la
Conferencia Internacional organizada por el Consejo Pontificio para la
Pastoral de la Salud sobre el tema «La depresión». Doy las gracias al
cardenal Javier Lozano Barragán por las gentiles palabras que me ha dirigido
en nombre de los presentes.
Saludo
a los ilustres especialistas que han venido a ofrecer el fruto de sus
investigaciones sobre esta patología con el objetivo de favorecer un
conocimiento profundo que permita mejores tratamientos y una asistencia más
idónea a los interesados y a sus familias.
Al
mismo tiempo, manifiesto mi reconocimiento a quienes se dedican al servicio
de los enfermos de depresión, ayudándoles a conservar la confianza en la
vida. Este reconocimiento se extiende también, por su puesto, a las familias
que acompañan con cariño y delicadeza a su familiar querido.
|
Preocupante difusión del mal
|
2.
Vuestras sesiones de trabajo, queridos congresistas, han mostrado los
diferentes aspectos de la depresión en su complejidad: van desde la
enfermedad profunda, más o menos duradera, hasta un estado pasajero, ligado a
acontecimientos difíciles –conflictos conyugales y familiares, graves
problemas laborales, estados de soledad...–, que comportan una fisura o una
ruptura en las relaciones sociales, profesionales, familiares. La enfermedad
es acompañada con frecuencia por una crisis existencial y espiritual, que
lleva a dejar de percibir el sentido de la vida.
La
difusión de los estados depresivos es preocupante. Se manifiestan fragilidades
humanas, psicológicas y espirituales, que al menos en parte son inducidas por
la sociedad. Es importante ser conscientes de las repercusiones que tienen
los mensajes transmitidos por los medios de comunicación sobre las personas,
al exaltar el consumismo, la satisfacción inmediata de los deseos, la carrera
a un bienestar material cada vez mayor. Es necesario proponer nuevos caminos
para que cada uno pueda construir la propia personalidad, cultivando la vida
espiritual, fundamento de una existencia madura. La participación entusiasta
en las Jornadas Mundiales de la Juventud demuestra que las nuevas
generaciones buscan a Alguien que pueda iluminar su camino cotidiano,
dándoles razones de vida y ayudándoles a afrontar las dificultades.
|
Una enfermedad espiritual
|
3.
Vosotros lo habéis subrayado: la depresión es siempre una prueba espiritual.
El papel de quienes atienden a una persona deprimida sin una función
específicamente terapéutica consiste sobre todo en ayudarla a recuperar la
propia estima, la confianza en sus capacidades, el interés por el futuro, las
ganas de vivir. Por eso, es importante tender la mano a los enfermos,
hacerles percibir la ternura de Dios, integrarlos en una comunidad de fe y de
vida en la que se sientan acogidos, comprendidos, sostenidos, en una palabra,
dignos de amar y de ser amados. Para ellos, al igual que para cualquier otra
persona, contemplar a Cristo y dejarse «guiar» por Él es la experiencia que
les abre a la esperanza y les lleva a optar por la vida (Cf. Deuteronomio 30,
19).
En
el camino espiritual, la lectura y la meditación de los Salmos, en los que el
autor sagrado expresa en oración sus alegrías y angustias, puede ser de gran
ayuda. El rezo del Rosario permite encontrar en María una Madre cariñosa que
enseña a vivir en Cristo. La participación en la Eucaristía es manantial de
paz interior, ya sea por la eficacia de la Palabra y del Pan de Vida ya sea
para la integración en la comunidad eclesial. Si bien a la persona deprimida
le cuesta un gran esfuerzo lo que a los demás parece ser algo sencillo y
espontáneo, es necesario ayudarla con paciencia y delicadeza, recordando la
advertencia de santa Teresa del Niño Jesús: «Los pequeños dan pasos
pequeños».
En
su amor infinito, Dios está siempre cerca de los que sufren. La enfermedad
depresiva puede ser un camino para descubrir otros aspectos de uno mismo y
nuevas formas de encuentro con Dios. Cristo escucha el grito de quienes se
encuentran en una barca a la merced de la tempestad (Cf. Marcos 4, 35-41). Está
presente junto a ellos para ayudarles en la travesía y para guiarles hacia el
puerto de la serenidad recuperada.
|
Responsabilidad en la prevención
|
4.
El fenómeno de la depresión recuerda a la Iglesia y a toda la sociedad la
importancia de proponer a las personas, especialmente a los jóvenes, figuras
y experiencias que les ayuden a crecer a nivel humano, psicológico, moral y
espiritual. La ausencia de puntos de referencia contribuye a crear
personalidades más frágiles, llevando a pensar que todos los comportamientos
son iguales. Desde este punto de vista, el papel de la familia, de la
escuela, de los movimientos juveniles, de las asociaciones parroquiales es
muy importante a causa de la repercusión que tienen en la formación de la
personas.
También
es significativo el papel de las instituciones públicas para asegurar
condiciones de vida dignas, en particular, a las personas abandonadas,
enfermas, ancianas. Son igualmente necesarias las políticas para la juventud,
que ofrezcan a las nuevas generaciones motivos de esperanza, preservándolas
del vacío o de otros peligros.
|
Intercesión de Santa María
|
5.
Queridos amigos: alentándoos a renovar vuestro compromiso en un trabajo tan
importante junto a los hermanos y hermanas afectados por la depresión, os
confío a la intercesión de María Santísima, «Salus infirmorum». Que cada
persona y cada familia pueda sentir su materna ayuda en los momentos de
dificultad. A todos vosotros, a vuestros colaboradores y a vuestros seres
queridos os imparto de corazón la bendición apostólica.
Ciudad el Vaticano, 14 noviembre 2003
|
No hay comentarios.:
Publicar un comentario