Nevó
toda la noche
sobre
el jardín de tu cuerpo;
mas
todavía hay rosas
y
botones abiertos.
Las
dóciles hebras sutiles
de
la última rama del árbol
caen
como lluvias de oro
sobre
la firme blancura de los tallos.
Violetas,
que
se ocultan
en
la hierba de tus pestañas,
apasionadas
y profundas.
Hay
dos rosas dormidas
con
turbador ensueño
en
las magnolias impasibles
de
tus senos.
Y
más oro
en
los muslos,
porque
pinta el sol la seda
de
los musgos.
Y
tus pies y tus manos,
menudas
y largas raíces,
ahondan
la tierra
temblorosa
de amor de los jardines.
Enrique
González Rojo
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