¿Por qué existen momentos, evocaciones,
situaciones, acontecimientos, personas, que más que huellas han dejado heridas
en el alma? ¿Por qué se convierten en la piedrita en el zapato que no nos deja
avanzar? Que nos duele y lastima cada vez que intentamos caminar; ¡es necesario, más bien, es imperativo y urgente, aprender a perdonar!
Y... ¿qué es el perdón?
Es la
medicina que sana el dolor del alma, es el sentimiento que devuelve la
esperanza, es el milagro que renueva, es la magia que nos permite recordar sin
sufrir y muchas veces olvidar aquello que tanto nos hizo llorar, que nos robó
la fe en el amor, en la amistad, en uno mismo y en los demás… ¡hasta en Dios!
Por eso es vital que aprendamos a perdonar; quizá a Dios, no porque haya hecho algo malo, sino por aquello que lo hemos de culpar: enfermedades, accidentes, errores, consecuencias de las equivocaciones propias de la humanidad, infertilidades, hijos con características no esperadas, carencias, inconformidades intrínsecas que nos impiden encontrar la paz.
Hacemos de nuestra oración un muro de lamentos, nos alejamos de Él porque no logramos entender o discernir cuál es su voluntad, culpamos a Dios de los errores de nosotros mismos o de otros. ¡Sólo hablamos con el Todopoderoso nada más que para pedir, o cuando algo nos acongoja!
Para poder renovar nuestro interior, es preciso liberar de toda culpa a Dios, aprender a descubrir y experimentar su inmenso amor y encontrar en Él la sanación interior, ¡la paz en la tormenta!
Hay momentos en los que nos cuesta
reconocer, que es a nosotros mismos a quien debemos perdonar; porque nos
culpamos de muchas cosas que pasan a nuestro alrededor, juzgamos muy
severamente nuestros errores, nos atormentamos por lo que dejamos de hacer o por
lo que hicimos mal, divorcios, muertes, separaciones, palabras dichas y otras
que no se dijeron, flores marchitas, historias de amor y amistad que no
lograron terminar de escribirse o que tuvieron un final triste.
Nos quedamos estancados en el pasado
sin poder avanzar; negándonos la oportunidad de empezar nuevamente, liberarnos,
restaurarnos, renovarnos. Perdonarnos, es ser capaces de aceptar e indultar
nuestra propia humanidad; pasar la hoja, atrevernos a escribir un nuevo
capítulo de nuestra historia personal.
Para encontrar la paz del alma, hace
falta perdonar también a los demás; la palabra que dolió, la traición que
golpeó, la acción que la vida destrozó, el abandono que vacíos internos nos dejó,
la omisión, la indiferencia, los acosos, el cansancio, la fragilidad humana del
otro que tanto hirió, que robó la fe, la esperanza de creer en el amor, en la amistad,
aún en el mismo perdón.
Perdonar es liberarnos de
sentimientos que causan mucho más dolor; porque nos encasillan en hechos que ya
pasaron, en tormentas que cesaron, en diluvios y terremotos que aunque
arrasaron con lo mejor de nosotros mismos, no se lo han llevado todo; porque
mientras nuestro corazón siga latiendo, tenemos la oportunidad de seguir
viviendo, restaurando lo que está destruido, renovando el corazón herido,
devolviendo la fe y la paz que se había perdido.
El perdón sale de nosotros mismos, de
nuestra capacidad de amar, de querer volver a empezar. Perdonar es empezar otra vez, amar
con tanta intensidad que hagamos del perdón el milagro que restaure nuestra
vida, que le devuelva la paz y la esperanza perdida; y nos llene de fuerza y fe
para hacer de nuestros sueños una realidad.
Por ello, revisémonos internamente y
pensemos: ¿Qué nos hace falta para perdonar? ¿Qué nos está impidiendo
avanzar?... ¿Estamos listo para empezar de cero? ¿Estamos dispuestos a
levantarnos de la caída y recomenzar?...
Aprender a perdonar surge de esa experiencia que tengamos con el Gran Amigo que es Dios, quien nos enseñó a perdonar, saldando Él mismo todas nuestras deudas, liberándonos de toda culpa, regalándonos la nueva vida en el amor que a diario nos prodiga, en esa cruz, que más que condenarnos nos redime y nos libera.
Solo el Todopoderoso nos da esa capacidad de perdonar; estamos hechos a su imagen y semejanza, Él es el mejor ejemplo, se sacrificó cual cordero para que seamos salvos, de Él recibimos y aprendemos el perdón que le devuelve la tranquilidad al corazón y elimina la tribulación.
Solo el Todopoderoso nos da esa capacidad de perdonar; estamos hechos a su imagen y semejanza, Él es el mejor ejemplo, se sacrificó cual cordero para que seamos salvos, de Él recibimos y aprendemos el perdón que le devuelve la tranquilidad al corazón y elimina la tribulación.
Cada día en nuestra conversación con Dios repitamos: Señor, perdónanos como nosotros perdonamos al que nos ha ofendido y agreguémosle también: Enséñanos a perdonar como Tú nos has perdonado.
Veamos que nos enseña La Santa Palabra a propósito del perdón:
Evangelio según San Lucas 15, 1-32
Todos los publicanos y pecadores se
acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban,
diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús
les dijo entonces esta parábola:
"Si alguien tiene cien ovejas
y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la
que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre
sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y
vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se
me había perdido".
Les aseguro que, de la misma
manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que
por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse". Y les dijo
también: "Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso
la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la
encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense conmigo,
porque encontré la dracma que se me había perdido".
Les aseguro que, de la misma
manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se
convierte". Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos. El menor
de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me
corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor
recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes
en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando
sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces
se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su
campo para cuidar cerdos.
El hubiera deseado calmar su hambre
con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces
recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y
yo estoy aquí muriéndome de hambre!
Ahora mismo iré a la casa de mi
padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser
llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'. Entonces partió y
volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se
conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: 'Padre, pequé
contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'. Pero el padre
dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle
un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y
mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la
vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta. El hijo mayor
estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros
que acompañaban la danza.
Y llamando a uno de los sirvientes,
le preguntó que significaba eso. Él le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y
tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.
El se enojó y no quiso entrar. Su
padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: 'Hace tantos años
que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca
me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo
tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para
él el ternero engordado'!
Pero el padre le dijo: 'Hijo mío,
tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y
alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido
y ha sido encontrado'".
Esta, ¡es palabra de Dios! Gloria a ti Señor, Jesús...
No existe nada que atrase más tu evolución y tu propósito que el no estar dispuesto a perdonar, que elijas no dejar ir la historia sobre un hecho grande o pequeño cometido en contra tuya.
ResponderBorrarExisten personas que pierden una vida entera conservando el rencor por alguien que actuó contra ellas, negándose el gozo de vivir plenamente y culpando a esa persona por décadas, pero el verdadero perdón es entender que nada ni nadie puede dañarte, a menos que tú mismo lo permitas. El dolor es la interpretación y el valor que le das a la acción errada, el sufrimiento es no dejar ir la historia.
Perdonar no es olvidar, ni justificar una acción en tu contra, pero sí es dejar ir tu apego a ese dolor, a querer tener la razón, a exigir justicia y a identificarte constantemente con esa historia: “Esa persona desgració mi vida.” ¡NO! Tú has decidido desgraciar tu vida, recordando esa acción y repitiéndola en tu mente una y otra vez, manteniendo esa persona encadenada a ti por medio de eslabones de dolor y veneno, lo cual solo conseguirá enfermarte.
Sharon M. Koenig