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martes, 22 de octubre de 2013

Día Internacional del Conocimiento de la Tartamudez


Otra mirada de la tartamudez


Hoy,  22 de octubre, se celebra el “Día Internacional del Conocimiento de la Tartamudez”, cuyo objetivo es: “promocionar conciencia y comprensión, mostrar aprecio a quienes tartamudean y a los profesionales del lenguaje que trabajan con ellos”.

Ustedes estimados lectores quizá habrán tenido ocasión de conocer a lo largo de su vida a uno o varios tartamudos, habiéndoles suscitado una gran extrañeza, a veces hasta con risitas o burlas, al observar los esfuerzos, gestos y muecas que realizaban para una acción aparentemente tan sencilla como hablar; e incluso, con el ánimo de ayudar y facilitar la fluidez de las palabras, hayan aconsejado tranquilidad, calma, habla lenta y similares.

Estos consejos responden al estereotipo social de los tartamudos, compuesto de una amalgama de atributos desacreditadores, que califica al tartamudo de inseguro, nervioso, introvertido, acomplejado, tímido, tenso, autoestima baja e incluso, que le falta una motivación; en síntesis, un estereotipo que denota irregularidades o déficits psicobiológicos, derivado de la medicalización del fenómeno de la tartamudez, como a continuación se explica.



Al margen de la veracidad de estos atributos, cuestión delicada que no desarrollaremos de momento, en ningún caso la tartamudez está causada por una personalidad constituida por lo rasgos antes mencionados, como bien han demostrado investigadores de la talla de Van Riper o Bloodstein.

Sin embargo, este estereotipo ha calado en el inconsciente colectivo, originando una actitud paternalista y clínica que la comunidad tartamuda rechaza abiertamente, tal y como hemos observado en los grupos de autoayuda o en las comunidades virtuales de tartamudos durante más de tres años.

Este estereotipo social obedece a la medicalización de la tartamudez, esto es, a la concepción de la tartamudez como un síndrome patológico, una pléyade de elementos portadores de patogenia: desde la noche de los tiempos, la tartamudez ha sido concebida como enfermedad, alteración, trastorno, disfunción, etcétera.

La medicalización del fenómeno de la tartamudez ha comportado consecuencias desastrosas para los afectados: a mediados del siglo XIX el cirujano prusiano Dieffenbach extirpó sin anestesia grandes cuñas de lengua a varios tartamudos con el fin de eliminar la tartamudez, muriendo alguno de ellos.

En el siglo pasado, Lebrun y Bayle propusieron la neurocirugía como tratamiento de la tartamudez, nada menos; actualmente, el único fármaco aprobado por las autoridades sanitarias españolas para el tratamiento específico de la tartamudez es el Haloperidol, que es una droga muy potente utilizada para atenuar los síntomas de la esquizofrenia, sin apenas eficacia para la tartamudez y con efectos secundarios nada recomendables.

Guiados por el afán ciego de curar y erradicar el síndrome de la tartamudez y sin plantearse otras posibilidades de tipo social, las ciencias de la salud -medicina y psicología principalmente- han cometido atropellos de distinto calibre, similares a los perpetrados a otras comunidades que en su día estuvieron medicalizadas y estigmatizadas como la homosexual, por ejemplo.

La medicalización de la tartamudez implica para los afectados una carrera moral jalonada de fracasos terapéuticos –que el tartamudo interioriza como culpabilidad al no ser capaz de cumplir las expectativas paternas y clínicas-, visitando desde los primeros años de vida múltiples especialistas como foniatras, psiquiatras, logopedas y psicólogos, sin apenas obtener resultados terapéuticos, al menos a partir de la adolescencia, porque como ya dijera en 1939 el Dr. Knopp: Nadie cura a un tartamudo adulto. En la actualidad algunas clínicas de logopedia se niegan a tratar a tartamudos adultos por ética profesional.

Lázaro Arbos, el tartamudo que
 emocionó al jurado de American Idol
En suma, la medicalización de la tartamudez ha producido consecuencias nefastas para la comunidad tartamuda, entre las que destacamos: una concepción de la tartamudez como un trastorno que requiere curación y no la aceptación personal y social, un estereotipo social que ofende a los tartamudos y una identidad social estigmatizada.

Esas tres consecuencias, mencionadas en el párrafo anterior, dañan la identidad personal del tartamudo, que huye de la vida social y se refugia en la soledad de la periferia. Prueba de ello son los tres sentimientos que componen la realidad subjetiva de los tartamudos, según Sheehan (2003) y Corcoran y Stewart (1998): vergüenza, culpabilidad y miedo.


¿Qué sentido tiene medicalizar la tartamudez si no se obtiene ningún beneficio, salvo para los clínicos y la industria farmacéutica? ¿Por qué no luchar para que esta minoría estigmatizada logre la normalización e integración social?

Los tartamudos están dando los primeros pasos en esta dirección: en los dos foros virtuales en castellano dedicados al conocimiento de la tartamudez se advierte una “salida” discreta, relegando a un segundo plano la fluidez y la curación de la tartamudez.


Al igual que ya ocurriera en otras agrupaciones estigmatizadas, la comunidad tartamuda comienza a emanciparse lentamente después de siglos de medicalización y estigma.

Charles Darwin

La desmedicalización de la tartamudez es una opción realista, similar a la desmedicalización de la intersexualidad, transexualidad, sordera (el Movimiento Sordo), autismo (http://www.neurodiversity.com),  o tantos otros.



Eppur si muove”

Original de Cristobal Lorente




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