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martes, 29 de octubre de 2013

La Ruptura




Soy uno de los que hablan solo. Pero además soy de los que se contestan. Esto no tendría nada de particular si no fuera porque a consecuencia de ese hábito de hablar y contestarme solo, generalmente entro en violentas discusiones y termino insultándome, y enfurecido conmigo mismo me quito la palabra dejando nuevamente de hablarme solo, por largo tiempo.


Así llevo ya seis meses sin dirigirme la palabra. La situación es por lo demás insoportable porque como después de todo soy yo mismo, y en el fondo me guardo respeto y consideración, me molesta no poder cambiar impresiones ni comentar sobre tantas cosas importantes que son de mi incumbencia.


Las otras personas no se dan cuenta de mi pelea. Como vivimos en un mundo de apariencias y de engaños, todos me ven sonriente y de lo más unido sin saber que dentro de mí existe una terrible discrepancia, una absoluta falta de comunicación, la cual, estoy convencido, a la larga me llevará a un rompimiento total.
Algunas veces trato de reconciliarme. De decirme que uno no debe tomar las cosas de esa manera; pero corto rápidamente. El rencor que me han dejado los insultos que me he dado y las ofensas tan graves que me hice en la última discusión no me permiten perdonarme. Con otros tal vez, pero conmigo, conociéndome, no es posible olvidar lo que me he hecho.

Tengo varios amigos íntimos a los cuales les he planteado la desagradable situación por la que estoy atravesando, que como es lógico me tiene tenso y malhumorado. Ellos han tratado de interceder, de conciliar. Me explican que la vida es corta y el amor por uno es lo más grande en este mundo; que la armonía interior es la base de la felicidad y el bienestar de la familia y la sociedad. Pero soy muy terco, conozco el problema a fondo y a pesar de que los oigo prefiero no tomar en cuenta su opinión. No puedo permitir que yo mismo me haya hecho esto, porque crearía un precedente muy grave que a la larga redundaría contra mi dignidad.




Desde la última vez que discutí solo apenas me he cruzado un sí o un no en momentos de mucha trascendencia. Pero la mayor parte del tiempo prefiero dejarme llevar por los instintos y no me pongo a analizar los pro y los contra de centenares de problemas. Sé que esta situación no se puede prolongar demasiado porque la diferencia de criterios que hay es tan grave que prácticamente ya no es posible hacer nada por unirme.






A pesar de que por muchos años traté de soportarme, de ceder y disimular para no agudizar más estas diferencias, hoy por hoy, muerta la ilusión de los años juveniles y el amor de los primeros tiempos, y pasada la época en que admiraba ciegamente mis virtudes y mis méritos, he llegado a la conclusión de que lo mío no es posible. Es necesaria una separación definitiva.



No quiero alarmarme, pero secretamente he consultado un abogado para que me explique los detalles de este complejo caso. ¿Para qué seguir mortificándome? ¿Cuál es el objeto de alargar este martirio, de ver esa carota arrugada cada día ante el espejo? De verdad que estoy cansado de todas mis impertinencias y no aguanto más ese carácter. Estoy convencido de que esto no tiene razón de ser. Por eso, la próxima vez que me dirija la palabra será para pedirme la ruptura.


Soy una persona joven y sé que aún puedo rehacer mi vida.

Del libro Divertimentos
Autor: Otrova Gomas

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