Yo creo que llegar al mundo no debe ser
sencillo, aunque sea natural. Imagínense por un instante como sería, para la
delicada sensibilidad de un recién nacido, la experiencia de sentir el mundo de
manera nueva a través de los propios sentidos. El recién nacido ha sido
removido de la comodidad del ambiente acuático del vientre materno donde se
encontraba.
Todo debe impresionarle. Sus nervios y
sus sentidos ya despiertos y alertas comienzan a recibir información. Su
cerebro empieza a recibir las primeras impresiones de un mundo totalmente
desconocido para él o ella. La luz y los colores danzan a su alrededor, hay
ruidos que lo desconciertan.
Los olores de su madre pueden ser
reconocidos desde su anterior mundo y le proporciona confianza, ese dulce olor
debe ser muy acogedor. El sonido de la voz materna, es otra cosa que recuerda
por haberla escuchado antes, eso lo tranquiliza. El latido del corazón de su
madre, es otro sonido familiar que también reconoce y le brinda protección.
Todas las sensaciones que el bebé
siente en la piel y en las manos son nuevas también. Las caricias suaves, la
tibieza del agua, la calidez de una tela, el aire fresco, pueden provocar una
sensación de bienestar. Cada sonido, cada nueva voz que el bebé oye es un nuevo
estímulo que irá aprendiendo a reconocer.
Aunque la enfermera trata de separarlo, el niño se aferra fuertemente a su madre. |
Hay algo que se nos escapa de la razón
y no tendría otra explicación que, desde el mismo instantes de ser concebidos
ya venimos con una muy buena dosis de amor, además somos incapaces de hacer
ningún daño, dada la fragilidad de un bebé.
Eso debe llamarnos seriamente a reflexionar
el que aunque nos desarrollemos sanos y fuertes, fuimos creados desde el amor
de Dios, cuya manifestación más palpable aquí en la tierra es el amor materno y
debemos amarle a Él por sobre todas las cosas, también debemos amar a nuestros
semejante como si fuéramos nosotros mismos.
© Hernán Antonio Núñez
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