Un buen día, se apareció Dios en el sueño de un pobre hombre, tan claro y nítido que creyó no estar soñando. -Tengo un trabajo para ti-, le dijo el Creador y le enseñó una gran roca en mitad del bosque, que ocultaba la entrada de una cueva. Señalándola con el dedo, le dijo que la empujase con todas sus fuerzas.
En cuanto amaneció, buscó por todo el bosque la roca que le había mostrado y allí la encontró. Durante todo el día la estuvo empujando con todas sus fuerzas sin poder mover siquiera un centímetro.
Todas las noches regresaba a su casa destrozado, con el pensamiento de que todos sus esfuerzos eran en vano. Como se sentía frustrado, el demonio no tardó en susurrarle al oído malignos pensamientos: “Has estado empujando esa roca tanto tiempo, y ni siquiera has conseguido moverla ni un poquito. Mejor sería que te dedicases a otra cosa y mandases a paseo a tus sueños y a Dios con ellos".
Estos pensamientos abatieron su ánimo cada vez más, tuvo la impresión de que la tarea que le habían encomendado le superaba. Comenzó a sentirse profundamente decepcionado y estos pensamientos terminaron por desilusionarlo. El diablo le volvió a susurrar: “¿por qué tanto esfuerzo inútil? Empuja la roca solo un poquito, el resultado será el mismo, nadie se dará cuenta. Un mínimo esfuerzo será suficiente”.
Así, el hombre decidió poner en práctica esto, pero antes elevó su queja al Señor: -Señor, he trabajado duro mucho tiempo a tu servicio. He empleado toda mi fuerza para conseguir lo que me pediste, pero aún así, no he podido mover la roca ni un poquito. Perdóname Señor, porque he fracasado-.
Así despertó la compasión y ternura de Dios, que contestó su oración: -Amado hijo, te pedí que me sirvieras y tu aceptaste lo que te mandé, te dije que tu tarea era empujar la roca con todas tus fuerzas, y eso es lo has hecho. Nunca te dije que esperaba que la movieras. Tu tarea era empujarla.
Ahora llegas cansado diciendo que has fracasado, ¿pero en verdad crees que fracasaste? Mírate: A pesar de la adversidad, has perseverado, has sido paciente, has mantenido tu fe y tus habilidades son mayores que las que tuviste nunca. Es cierto, no has movido la roca, pero tu misión era sólo empujarla y eso es lo has hecho. ¡Ahora, yo moveré la roca!-
Algunas veces, cuando escuchamos la palabra del Señor, tratamos de utilizar nuestro intelecto para descifrar su voluntad, cuando en realidad Dios solo nos pide confianza en Él. Debemos ejercitar nuestra fe para mover montañas, pero conscientes de que al final es sólo Dios quien logrará moverlas.
Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas.
ResponderBorrarSan Agustín (354 - 430) Obispo y filósofo.