«Karol Wojtyla me salvó la vida en 1945»
Una judía israelí revela cómo fue socorrida por el Papa al final del holocausto nazi
«Me
acuerdo perfectamente. Me encontraba allí, era una niña de trece años, sola,
enferma, débil. Había pasado tres años en un campo de concentración alemán, a
punto de morir. Y Karol Wojtyla me salvó la vida, como un ángel, como un sueño
venido del cielo: me dio de beber y de comer y después me llevó en sus espaldas
unos cuatro kilómetros, en la nieve, antes de tomar el tren hacia la
salvación».
Edith
Zirer narra el episodio como si hubiera sucedido ayer. Era una fría mañana de
primeros de febrero de 1945. La pequeña judía, que todavía no era consciente de
ser el único miembro de su familia que sobrevivió a la masacre nazi, se dejó
llevar en los brazos de un sacerdote de 25 años, alto, fuerte, que sin pedirle
nada, simplemente le dio un rayo de esperanza.
Hoy
aquel sacerdote, según ella, es el obispo de Roma. Edith querría agradecer
finalmente aquel gesto. «Sólo un pequeño gracias en polaco por aquello que
hizo, por la manera en que lo hizo, para decirle que nunca me olvidé de él»,
dice desde su hermosa casa ubicada en las colinas del Carmelo, en la periferia
de Haifa.
Edith
tiene 66 años y dos hijos. Reconstruyó su vida en Israel, donde llegó en 1951,
cuando todavía padecía las lacras de la tuberculosis y los fantasmas de la
guerra alteraban sus sueños.
Durante
todo este tiempo se ha guardado esta historia. Cuando en 1978, Karol Wojtyla
subió a la cátedra de Pedro, comenzó a sentir la necesidad de hablar, de
contarlo a alguien, de mostrar su agradecimiento. La pregunta surge
inmediatamente: pero, ¿cómo puede estar segura de que aquel sacerdote es el
Papa? ¿Por qué ha esperado tanto? Estos interrogantes se los han planteado
también los periodistas de «Kolbo», el semanario de Haifa que hoy publica un
artículo sobre este asunto.
“El
relato es convincente. No trata de hacerse publicidad, todos los detalles que
ofrece parecen creíbles”, dicen los redactores. Tan convincentes que la
embajada israelí ante la Santa Sede ya está moviéndose para tratar de poner en
contacto a la señora Zirer con la secretaría del Papa.
La
narración habla por sí misma. «El 28 de enero de 1945 los soldados rusos
liberaron el campo de concentración de Hassak, donde había estado encerrada
durante casi tres años trabajando en una fábrica de municiones -explica Edith,
quien entonces tenía trece años-. Me sentía confundida, estaba postrada por la
enfermedad. Dos días después, llegué a una pequeña estación ferroviaria entre
Czestochowa y Cracovia».
Precisamente
en Cracovia, Wojtyla acababa de ser ordenado sacerdote. «Estaba convencida de
llegar al final de mi viaje. Me eché por tierra, en un rincón de una gran sala
donde se reunían decenas de prófugos que en su mayoría todavía vestían los
uniformes con los números de los campos de concentración. Entonces Wojtyla me
vio. Vino con una gran taza de té, la primera bebida caliente que había podido
probar en las últimas semanas. Después me trajo un bocadillo de queso, hecho
con pan negro polaco, divino. Pero yo no quería comer, estaba demasiado
cansada. El me obligó.
Campo de concentración nazi |
Después
me dijo que tenía que caminar para coger el tren. Lo intenté, pero me caí al
suelo. Entonces, me tomó en sus brazos, y me llevó durante mucho tiempo.
Mientras tanto la nieve seguía cayendo. Recuerdo su chaqueta marrón, la voz
tranquila que me reveló la muerte de sus padres, de su hermano, la soledad en
que se encontraba, y la necesidad de no dejarse llevar por el dolor y de
combatir para vivir. Su nombre se grabó indeleblemente en mi memoria».
Cuando
finalmente llegaron hasta el convoy destinado a llevar a los detenidos hacia
Occidente, Edith se encontró con una familia judía que le puso en guardia:
«Atenta, los curas tratan de convertir a los niños hebreos». Ella tuvo miedo y
se escondió. «Sólo después comprendí que lo único que quería era ayudarme. Y
quisiera decírselo personalmente».
Edith
Zirer, casada hoy y con 2 hijos, que vive en Haifa, en una colina del Monte
Carmelo, quiso estar con el Papa (59 años después de lo ocurrido) en su
histórico viaje a Tierra Santa para darle personalmente las gracias justamente
en el Memorial del Holocausto Yad Vashem. Fue un día inolvidable para ella y
para toda la población judía, así como una lección universal de humanidad..."
"Hasta que quienes ocupan puestos de responsabilidad no acepten cuestionarse con valentía su modo de administrar el poder y de procurar el bienestar de sus pueblos, será difícil imaginar que se pueda progresar verdaderamente hacia la paz".
ResponderBorrarBeato Juan Pablo II