Hay que
recordar que en la primera Navidad todo salió mal. La Virgen y San José tenían graves
problemas. Estaban lejos de su hogar, nadie quería ayudarlos, no encontraron
lugar y tuvieron que irse a un establo, entre animales.
Allí todo era
frío, había mucha oscuridad, demasiada soledad y abandono. Todo parecía salir
mal… Sin embargo, ¡todo salió bien! Porque nació el Niño Dios.
La Virgen y
José nunca se dejaron vencer por los problemas. Pusieron su corazón en Él y solamente
en Él. No fue fácil, pero triunfó el
amor sobre las mayores pruebas. Nada ni nadie los pudo separar del amor de Dios
que se hizo vida entre ellos.
Benditos sean
los que se abren para ver más allá de los problemas y depositan su fe en Dios y
por ello reciben la Palabra que se hizo carne.
En ella (La
Palabra) estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en
las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. (Juan 1, 4-5).
Sólo los
pobres de espíritu pueden apreciar la Navidad y responder al Niño Dios como lo
hicieron los pastorcitos, que al no tener nada, le dan lo único que El quiere: su
amor, su corazón. Ellos vieron y se unieron a los ángeles que no se dejan
seducir por las cosas del mundo.
En la Navidad
hay que poner todos los problemas a los pies del Niño, junto a Su Madre. No
para pretender que no existen, sino porque ante el gozo de tener a Jesús
cobramos una nueva perspectiva de las cosas y de la vida.
Ningún
problema nos puede impedir amar a Jesús, debemos hacerle actos de amor por intermedio
de nuestros hermanos, especialmente los pobres, a los más necesitados. Lo que le
hagamos al más humilde, se lo hacemos al Niño Dios.
¡Oh,
maravilloso intercambio! Dios asume nuestra naturaleza humana y nosotros
recibimos la Gracia Celestial que nos eleva a participar de Su divinidad.
¡Feliz
Navidad, en unión de tus familiares!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario