Antes
de comenzar con el ensayo propiamente dicho, quiero tratar de dejar claro el
concepto de Familia. En nuestro idioma, para ello lo mas acertado es recurrir a
los diccionarios. Veamos que pueden aportarnos.
Familia: Intentos de definición
Según el diccionario de la Real
Academia Española, nos dice entre otras acepciones: “Grupo de personas
emparentadas entre sí que viven juntas; conjunto de ascendientes,
descendientes, colaterales y afines de un linaje; hijos o descendencia; conjunto
de personas que tienen alguna condición, opinión o tendencia común; conjunto de
objetos que presentan características comunes; número de criados de alguien,
aunque no vivan dentro de su casa; cuerpo de una orden o religión, o parte
considerable de ella; coloq. Grupo numeroso de personas.
Según
el diccionario de Sopena, “Familia, gente que vive en una casa, nacida de un
mismo tronco común y vive bajo su autoridad; conjunto de parientes o parentela:
abuelos, padres, hijos, tíos, familiares cercanos; prole: linaje o hijos,
descendencia de un tronco; conjunto de individuos de una misma condición común;
pequeña tribu reunida en un mismo lugar y con unos mismos ideales comunes bajo
una autoridad tribal”.
Hay
toda una gama de definiciones y conceptos lingüísticos, que al ser contrastados con nuestra realidad nacional
podemos observar que, muchas veces, los mismos no se coligen con lo que
verdaderamente tenemos en nuestro país.
Esto
nos hace pensar que dichas definiciones están escritas desde fuera de nuestra cultura
y por consiguiente no se ajustan completamente a nuestro entorno nacional, el
cual tiene una identidad muy particular.
De
momento lo que trato de resaltar es lo que comúnmente denominamos Familia
Nuclear: Padre–madre e hijos que comparten un mismo espacio, construyendo una
vida en torno a unos mismos ideales comunes, una misma circunstancia espiritual
y humana, conviviendo en una adecuada intimidad requerida para crecer en común.
Es decir: Configuración humana en torno al foco matriz, padres–hijos.
“La
palabra Familia, en su dinamismo interior, es una palabra que nunca se acaba de
pronunciar; es una configuración de personas que siempre se está creando. Mejor
dicho, cada vez que se pronuncia la palabra Familia con amor, crece su sentido
en la mente y en corazón de quien la pronuncia”[1].
Con
esta orientación podemos determinar que la concepción de lo que nosotros
conocemos como familia va a conformarse por nuestra propia esencia cultural.
Es
una tradición legada desde la época precolombina, cuando los hombres de la
comunidad tribal salían a cazar, pescar o recolectar (durante días, a veces),
para proveer a la familia del sustento necesario para vivir y abrigarse. Los
hijos quedaban al cuidado de la madre, quien ejercía las labores del hogar y de
los abuelos o ancianos quienes les impartían su educación.
Hay
un sistema de ideas, valores y significados que van regulando nuestra cultura y
que tiene sentido en un contexto humano singular (mundo de vida), que puede
estar condicionado por la actividad de sus individuos, su economía, organización
política, asentamiento geográfico, entre otros factores.
Este
mundo de vida, permite explicar el modo de conocer que se va conformando
codificadamente en el subconsciente de un colectivo particular y tiene una
orientación y reglamentación propias. Esto lo llamaremos “episteme”.
La
modernidad, es un episteme que trajo la expansión cultural europea a Venezuela y todos los países occidentales,
pero sin tomar en cuenta nuestra raigambre popular autóctona, que de manera
solapada sobrevive a través de nuestros mundos de vida.
Ahora
podemos explicarnos el porqué los diccionarios signados por el episteme de la
modernidad no logran explicar nuestra familia venezolana. Por ello, el
investigador social debe acceder a la información desde la propia realidad, por
ejemplo, a través de historias de vida convivida.
Un
solo individuo puede ser una síntesis subjetiva de su comunidad, a través de su
mundo de vida y su episteme. El conocer la verdad nacional intrafamiliarmente
nos lleva a saber, rápidamente, que la familia popular venezolana tiene una
estructura perfectamente definida: hay un estrecho nudo relacional madre –
hijo.
La
referida relación precisa una familia particular, un fundamento social
concreto; que además caracteriza de manera especial a cada uno de sus miembros:
La Familia Matricentrada, donde La madre, el hijo, la hija y el padre, cumplen
un rol, sin el cual ésta no se da.
La madre es la figura más significativa de la
familia promedio venezolana, porque en la mayoría de los hogares, es la única
voz con autoridad. El científico social Alejandro Moreno nos dice en su
cuaderno de formación sociopolítica Nº 15 La Familia Popular venezolana:
“El
modelo familiar-cultural popular venezolano es, pues, el de una familia
matricentrada, o matrifocal, o matricéntica. De todos estos, prefiero el
término matricentrada”
Pero
también nos hace una advertencia: eso no significa que sea matriarcado. Es
decir, no es un gobierno de la mujer en la sociedad o comunidad, como si se
presenta en la etnia guajira, o wayúu, que según Luisa Pérez de Borgo, en su
libro Educación Superior Indígena en Venezuela, un cálculo aproximado hecho en
Diciembre de 2004, la organización social de este grupo indígena (el más
numeroso del país con casi 300 mil individuos) está formado por clanes
matrilocales constituidos por varias familias nucleares.
Una familia matricentrada
Históricamente,
los grandes modelos que investigadores sociales han tomado a la hora de evaluar
la raíz de la sociedad y la cultura, han sido la familia patriarcal y la
familia matriarcal.
La
nuestra, familia matricentrada, no encuentra un espacio que se pueda comprender
o explicar desde ninguno de los dos modelos. Antropólogos y sociólogos
venezolanos han intentado estudiar nuestra familia y las operaciones de sus
miembros a partir de la cercanía, similitud o sub-evolución con respecto a
alguno de los modelos mencionados. Es decir, a la luz de mundos-de-vida y
epistemes totalmente distintos al de nuestra cultura.
El
resultado siempre ha sido incorrecto y científicamente falso. A la vez, desde
la perspectiva del funcionamiento de sus miembros y de los nexos entre ellos,
se ha tendido a valorar la figura del varón desde la óptica fenomenológica de
sus actos o en comparación con lo esperado dentro de otros modelos y
realidades.
La
familia venezolana, diferente de la concepción moderna propia de los países
europeos, es una familia que tiene a la madre por referencia. "La
experiencia primera, radical y permanente del venezolano popular se produce y
estructura en esa relación -relación-nudo-de-relaciones- que es la familia
matricentrada."
La
mayoría de veces el padre no está físicamente y cuando está, notamos que esta
figura “central” paterna es ficticia, es pura fachada social; esta presencia
masculina es una mera representación carente de afectividad y la relación de
pareja ocupa un lugar secundario en el seno del hogar.
El
padre ausente está vigente, de manera psicológica; esta presencia atípica del
padre es alimentada por la misma madre (que en muchas ocasiones ha sido quien
lo ha expulsado) desde su posición de víctima y de abandonada, aunque también
hay un respeto y una imagen que no se pierde.
Como
consecuencia de la misma mentalidad femenina, en un hogar en que no hay padre,
cada hijo es un hijo único de la madre; mantiene con ella una relación directa,
ella ocupa el centro del corazón y de la relación del hijo, así sean varios.
Los hermanos, incluso, quedan al margen porque si se les quiere es porque son
hijos de la misma madre, no por ser hermanos.
Matemáticamente
pudiéramos pensar en una relación piramidal, donde la madre representa la
cúspide y los hijos cada uno de los vértices inferiores, con quienes mantiene
contacto mediante una relación aristo-lateral con cada uno de ellos, en forma
individual.
Para
Alejandro Moreno, la familia que tiene a la madre por centro genera un tipo de
hombre caracterizado por la relación, porque ser madre, para él, es un vivir en
relación. "Ser madre no se entiende sino estructuralmente como relación.
La estructura de la "madredad" es ser relación".
La
relación madre-hijo marca el estilo de relaciones del hijo en la sociedad. Y
marca también las relaciones con Dios que cuando es concebido positivamente, es
concebido maternalmente aunque se le llame Padre.
De
una forma gráfica esta familia la podríamos representar de la siguiente manera:
El
vínculo fuerte estable y permanente sobre el que se fundamenta y estructura la
familia es el de la madre con los hijos. El vínculo hombre-mujer es débil, y el
hombre en consecuencia suele tener sus escapes hacia fuera.
El
vínculo padre-hijos también es débil y esto hace que los hijos tengan baja
autoestima, poca voluntad, no tengan firmeza interior y carezcan de seguridad.
Por eso los hijos siguen ligados a la madre, como atados por un cordón
umbilical psicológico e invisible que les resta autonomía y libertad,
haciéndolos frágiles y sentimentales.
Esto
no es así de un modo absoluto en todas las familias que participan de este
esquema, hay una gradación.
Cabe
que nos preguntemos si esta familia es el modelo de familia que Jesús nos
presenta en el Evangelio. La respuesta es no. El modelo del Evangelio no es ni
una familia que tenga a la madre como centro ni una familia que tenga al padre
como eje. El modelo del Evangelio es una familia en la que los esposos son dos
en uno; o, si se quiere, uno sin dejar de ser dos. El modelo evangélico
presenta una familia centrada en la comunión de los esposos por el amor. De
esta familia es modelo la Sagrada Familia.
Pero
esta familia, a pesar de sus defectos, es también un lugar de virtudes y de fe,
como muy bien señala Rafael Carías; en ella se da la solidaridad, la acogida,
se practica la humildad, paciencia, perseverancia, comprensión. Por medio de
estas virtudes se hace presente la fe, se hace presente Dios. Por esta razón
esta familia puede transformarse; no es lo que debe ser, pero puede llegar a
serlo.
El Hombre
El
varón venezolano aparece, fenomenológica y externamente, como “desadaptado”,
“dependiente”, “incapaz”, etc. Desde esta misma perspectiva externa, su
“machismo”, en realidad no originado por él mismo, es una praxis de poder en el
que ejerce como la figura relacional fuerte ante una mujer débil y sometida.
Un
estudio más ajustado a la verdad, interno y desprejuiciado, como el realizado
en Venezuela por el Pbto. Dr. Alejandro Moreno Olmedo, investigador social,
hace ver prontamente la falacia de tal afirmación.
El
“machismo” del varón venezolano está generado por la mujer-madre (matrigénito)
y en tal machismo el varón no sólo no es, en lo profundo, la figura fuerte,
sino que, sobre todo, no se vive como varón, sino como hijo y, finalmente, el
nexo relacional fuerte con la madre le incapacita para la vivencia real y
sólida de relaciones extra-maternales sólidas y duraderas.
Esto
vale tanto para la vivencia entre hermanos, como para la de pareja. Ante la
madre, el varón venezolano se vive como "eterno hijo".
Y
tal vivencia resulta tan sólida y raigal que sólo un largo proceso reflexivo y
una extensa praxis de relativización del nexo materno logran, junto con la
irrupción de algunos elementos “externos” que mencionaremos, plantear la
posibilidad de una vivencia práctica del varón venezolano como esposo.
En
la cultura y en el mundo-de-vida popular no existe la vivencia del varón como
varón, sino como hijo. Menos aparece la praxis matrimonial, pues el nexo con la
madre lo debilita hasta imposibilitarlo.
El
venezolano popular, generalmente, no se une en matrimonio. La antropología del
varón -y también la de la hembra- lo imposibilitan de raíz. La hembra, criada
tempranamente para ser madre, aparece destinada a su maternidad.
Para
el varón venezolano la pareja no es lo primordial. Manuel Barroso afirma:
"El
venezolano no aprecia su relación de pareja con suficiente seriedad, quizás por
eso la pierde con tanta facilidad (...) El hombre por lo general actúa como obligado a quedarse. No
concientiza su relación como compromiso de lealtad con carácter de permanencia.
El macho criollo ve su pareja como una conquista segura pero desechable y
quizás a ello contribuya mucho la mujer con sus actitudes marginales de
sentirse poca cosa, dispuesta a tolerar todo (...) La fidelidad es una virtud
de la mujer. Y ella es la que debe encargarse de los hijos (...) Su trabajo es
la casa".
Este
tipo de pareja se forma a partir de un determinado tipo de personas de hombres
y mujeres, que tienen todos una historia, con sus riquezas y pobrezas.
La
pareja empieza en la conquista; en ésta la iniciativa es del hombre, porque
para el hombre: "Tener mujer es un acontecimiento que hace la diferencia
(...) El que no la tiene es sospechoso de ser homosexual.
El
que tiene varias hembras posee la esencia del hombre". Realizar la conquista es un triunfo, para
lograrlo se gastan muchas energías, se pone interés, se hacen sacrificios.
Una
vez lograda todo cambia. Y todo cambia porque más que una compañera lo que va
buscando es una mujer que sea sustituta de la madre: alguien que lo cuide y que
lo aguante. Ya no es necesario el esfuerzo porque ella está asegurada.
De
este modo la mujer se convierte en la sirvienta, la madre de los hijos, la
enfermera, la que aguanta el desahogo sexual del hombre. El trato hacia ella se
torna frío, rutinario, hostil y hasta de reclamo.
Desaparece
la ilusión y el cariño; poco a poco se va perdiendo el interés hacia ella y
empiezan a surgir otros intereses hacia fuera. A esto se suma la debilidad
interna por la educación recibida, lo cual le dificulta el mantenimiento de
compromisos y la general incapacidad de dar ternura, afecto, apoyo,
orientación, seguridad.
Respecto
a los hijos este hombre se siente orgulloso de ellos cuando los puede exhibir
como trofeos de su virilidad; pero no sabe ser padre (aunque él afirma que lo
es, y bueno, a pesar de reconocerse como un mal esposo. Esto es imposible que
se dé; sólo los buenos esposos pueden ser buenos padres), su interés por ellos
es tenue, siempre hay una excusa para no ocuparse de ellos o sencillamente se
los encarga a la madre, “los hijos son tarea de la madre”. Para él los hijos
son responsabilidad de la mujer, él puede supervisarlos de lejos.
Su
propio mundo no está en la casa sino en la calle: el trabajo, los amigos y sus
necesidades particulares están primero que su esposa y sus hijos. En la casa se
comporta como alguien dominante, de apariencia fuerte, es autoritario, hasta
violento con palabras y obras.
Él
se cree que con llevar dinero a casa ya ha cumplido con su papel de esposo y de
padre, que no tiene ninguna otra obligación; pero esto no es más que una
máscara para ocultar su fragilidad interior, su superficialidad, su debilidad,
sus miedos; como no sabe expresar sus sentimientos los desprecia, es
inconstante y tiene múltiples intereses con baja intensidad.
Esto
lo lleva a ser un típico abandonador. A dar este último paso también influye el
hecho de que su vínculo materno siempre se ha mantenido como el de mayor arraigo,
y este tipo de relación con la familia de origen le obstaculiza amar
adecuadamente a la familia que ha formado.
Para
Félix Moracho, el mundo de vida y la prepotencia machista de este hombre:
"está
alimentada en el mismo hogar, desde niño, con una permisividad sexual excitada,
facilitada, aplaudida inclusive por la
misma sociedad, con todas sus consecuencias”.
En
relación con el rol paterno un psicoanalista, de origen judío, Adrián Liberman,
publicó un artículo en el diario El Nacional, en fecha 22/05/2006, titulándolo:
“Mas allá del padre”.
En
una breve sinopsis del referido artículo Liberman señala:
“Una
de las tareas evolutivas que toda persona debe hacer consiste en matar
simbólicamente a sus padres. Con ello me refiero a que, para poder crecer, la
persona debe poder desasirse de la culpa para tener un proyecto propio de vida”
Para
mí el significado de la referida idea es desatar los nudos de la dependencia
con los padres y comenzar a ser un hombre o mujer maduros, capaz de alcanzar su
propia estrella y conducir su vida con albedrío.
Comienza
el artículo preguntando cual es el lugar del padre en una sociedad
matricentrista como la venezolana. Según un estudio realizado por el columnista
a sus pacientes, a quienes les inquirió acerca del éxito y todas las repuestas
de una u otra manera conducían a la imagen paterna.
El
resultado de la experiencia mostraba el rasgo psicológico que el padre dejaba
en el hijo, y como se relacionaba con la construcción y consecución de metas,
así como la experiencia de la culpa que dicha relación imprimía en su conducta.
Aun
cuando esta deuda culposa con el padre será una constante referencial que
definirá todas las acciones en su adultez, también será el detonante impulsor
que lo llevará a la conquista de
estratos cada vez más altos.
El
padre representa la figura institucional de disciplina y orden en la familia
venezolana, es la imagen psicológica de la norma que regula las relaciones con
los semejantes. Pero a la vez, genera una molestia contenida por reprimir las
libres aspiraciones del hijo. No obstante, esta apreciación ambivalente es
característica del ser humano, pues toda característica positiva puede tener su
contraparte apreciativa.
A
veces el no contar con el padre o una figura sustituta que signifique la
autoridad normativa hace que no se aprecie a los demás como iguales; se pierde
el carácter social al carecer de límites en su gran “yo”, desconociendo el
“tu”, que es tan esencial para “nosotros”.
Los
asesores políticos conocedores de tal realidad, estimulan la necesidad de la
figura de ley en un pueblo desorganizado y venden la imagen de sus candidatos
con esa aura paterna, “que corregirá todos los errores de la sociedad”.
Inclusive
este perfil del padre encarna la máxima potestad en casi todas las religiones,
por el respeto que esto infiere. Esta representación se ha simplificado con el
devenir del tiempo, refiriéndose a que quien lleva los pantalones o se ciñe el
cinturón es la autoridad.
Continúa
el escritor haciendo referencia que como la noción de ley la simboliza el padre
y nuestra sociedad presenta una gran ausencia paterna, por ende, la mayoría de
los problemas sociales de nuestra cultura deviene de ello y es por eso que hay
tantos delitos.
Si
lo que asevera Liberman fuese cierto, la gran mayoría de los venezolanos
viviríamos en un completo caos y en guerras perennes, pues la orientación de la
familia venezolana es matricentrada (quizá en más de un 90 %).
En
cambio la pasividad, tolerancia y relativa tranquilidad de nuestros coterráneos
echa por tierra tal teoría freudiana.
Trabajos
serios realizados por el Centro de Investigaciones Populares, con el Pbto, Dr.
Alejandro Moreno Olmedo en la dirección de ese equipo investigativo, nos dicen
que ese factor (la ausencia del padre) no es determinante en la formación del
delincuente venezolano.
Historias
documentadas intrafamiliarmente por el C.I.P. demuestran con testimonios reales
que el verdadero caldo de cultivo de nuestros infractores es que han tenido
ausencia de una madre significativa (aunque esté presente en el seno familiar)
y la débil presencia de un padre (o sustituto) poco amable, más bien déspota,
violento y agresivo con sus hijos.
Otro
factor, que añade quien suscribe el presente ensayo, es la orientación de la
sociedad en la acumulación desmedida de riquezas (en detrimento de la gran
mayoría), el apego a lo material, propio del sistema capitalista imperante, más
que el enriquecimiento en valores y espiritualidad de los ciudadanos.
Aquí
cumple un rol determinante el Estado venezolano, que se avoca a una política
internacional sin precedentes, en el deseo de un reconocimiento del mundo de un
liderazgo pseudo democrático y ¿¿¿socialismo de actualidad??? “caudillismo
moderno, llamaría yo”.
Si
bien es cierto que este gobierno ha destinado, más que cualquier otro, gran
cantidad de las finanzas públicas, producto de la excepcional renta petrolera,
en proyectos sociales, también es verdad que mucho de esos recursos han sido
dilapidados por manos criminales y corruptas.
Ante
esta realidad pública, denunciada y notoria, las instituciones encargadas (“el
poder moral”) no hacen nada porque son personeros del mismo gobierno y como
dice la conseja popular “entre bomberos no se pisan la manguera”.
Si
el meollo del sistema educativo se centrara en la siembra de valores (además de
impartir conocimientos, muchos de los cuales no se contextualizan con nuestra
realidad social), pudiera cosechar hijos con ética y buenas costumbres,
logrando que nuestra sociedad sea mejor para todos.
La Mujer
En
todo lo referente a la relación de pareja la mujer es educada para ser pasiva y
sumisa. Su principal rol no es el de ser esposa sino ser madre. Debe obedecer a
los padres, cuidar al marido y educar a los hijos.
En
la conquista juega un rol pasivo: su función consiste en llamar la atención,
atraer y dejarse conquistar. Se considera alguien de poco valor, por eso
necesita de alguien que la represente, tiene miedo a quedarse sola y por eso ha
aprendido a centrarse en los hijos.
La
cultura ambiente está en contra de la mujer, por eso ella asume el rol de
alguien sumiso, pasivo, de apariencia frágil, de sacrificada, de abnegada trabajadora,
de mártir, de sufridora, de abandonada, “de mamá gallina”. Con estas actitudes
chantajea al marido y a los hijos en busca de cariño.
Ella
sabe que puede ser abandonada por el marido, por eso no orienta su felicidad en
ser esposa sino en ser madre. Se ve a sí misma como una esposa frustrada, pero
se siente feliz como madre de unos hijos a los que idealiza y consiente,
especialmente a los varones. El marido se va, los hijos se quedan, y se aferra
a ellos de una forma posesiva, son su vida. La mujer se realiza siendo madre;
en los hijos se apoya y se consuela.
Este
predominio de la maternidad sobre la esponsalidad, consecuencia de la
frustración en la relación de pareja, es, a su vez, una fuente que alimenta el
machismo en los hijos. Félix Moracho lo describe muy bien cuando afirma que la
mujer:
"Se
siente insegura porque ve alrededor tantos matrimonios frustrados, rotos, y no
está preparada para afrontar la vida sin hombre. Esta mujer tiene su seguridad
y satisfacción en los hijos varones. Y utiliza al marido, al hombre, para eso.
Lo atiende, sí, en la comida, en la ropa, en la cama. Pero ante todo trata de
conquistar, de ganarse el afecto de su hijo varón. El hijo varón va a ser su
seguridad. De ahí la permisividad sexual del varón con la que consiente y hasta
alienta. No por la permisividad en sí. Si no por acaparar en exclusiva el
afecto y la fidelidad de ese "machito" que es su hijo. Llega hasta a
alcahuetear al hijo varón para que él la siga respetando a ella, a la mamá,
como a algo sagrado. Por eso trata que la esposa de su hijo no sea una futura
mujer rival que la suplante."
Las
prioridades de la mujer no son las del hombre. La mujer, para Barroso, como
acabamos de ver en Moracho:
"Invierte
su energía en los hijos, se esclaviza, se hipoteca, se olvida de sí, se
culpabiliza, se tortura (...) Lo primero para ella son sus hijos".
La
mujer pone el plato en la mesa al marido (lo cuida para que no se vaya y pierda
su seguridad económica y de representación), le saca el dinero (esa es la
obligación del hombre: aportar a la casa) y se dedica a los hijos (que son los
que le garantizan amor, cariño, afecto y permanencia).
Pero
esta actitud de la mujer tiene su cara negativa que más tarde es fuente de
dolor: se convierte en agobiante y posesiva para los hijos, los cuales, por un
lado, reaccionarán con rechazo y agresividad, haciendo sufrir a la madre, pero,
por otro, se sentirán pegados a ella, atrapados afectivamente por un cordón
umbilical psicológico que no termina de romperse nunca, incapaces de ser
independientes y con reacciones de amor-odio hacia su madre. Esto será una
fuente constante de dolor para la mujer.
La
mujer de este tipo de familia pone el centro de su vida en el ser madre y lo es
de hijos y nietos; sufre como pareja por la falta de amor y de cariño del
hombre y por el abandono, se olvida de ella misma como persona viviendo siempre
en función de los demás y, al final, ella misma se autodescalifica como mujer.
La
manera de tratar a los hijos no es la misma con todos; hay diferencias. Las
hijas son una cosa y los hijos otra. De las hijas se espera capacidad de
sacrificio, a los hijos se los consiente.
Así,
por ejemplo, si está enferma, llamará a su hija para que la cuide, pero si
entonces llega su hijo de trabajar se levantará a servirle la mesa. Las hijas
deben ser sacrificadas para que sepan aguantar como mulas, los hijos en cambio
son mimados para que no quieran a otra mujer.
La
madre aunque tenga varios hijos siempre tendrá una relación afectiva con cada
uno de ellos, nunca con todos a la vez. De alguna manera les hace sentir una
relación exclusiva, donde cada uno de los hijos se siente el más importante, el
más querido. Así se asegura su poder mediante la manipulación.
Esta
supuesta exclusividad en la relación madre-hijo es un factor más de desunión
intrafamiliar, no hay consenso familiar; el amor materno que debiera ser integrador
se diluye en una afección individual. Esta conducta refuerza la tendencia
individualista del hijo que pronto será adulto, perpetuando esta situación
Los hijos
El
hijo, criado para serlo eternamente, no aparece finalizado a la generación de
nuevas y distintas relaciones de las maternas. Y la madre, preocupada por la
recta formación afectiva del hijo, le permite e impulsa hacia el
establecimiento, siempre provisorio, de relaciones afectivas con mujeres, sin
ninguna finalidad matrimonial.
De
tales relaciones puede el varón generar hijos y, fruto de una especie de
apareamiento, ganar un mínimo espacio “familiar” y algo de permanencia dentro
del nuevo seno; pero allí no le permite, generalmente la nueva madre, más que
un papel de representación y provisión económica.
Este
varón-padre, casi siempre tiene una débil o negativa figura paterna
internalizada, por lo que muy difícilmente podrá actuar como tal y,
consecuentemente, no podrá tampoco con el rol de esposo.
Los
hijos serán la prole de esta pareja que hemos descrito anteriormente. Un hombre
y una mujer que viven una relación de pareja difícil, muy difícil. Refiriéndose
a ella, Barroso dice:
“El
hombre no aguanta mucho la cercanía, se separa para sentirse de nuevo libre. La
mujer acepta las reglas del juego, ella es aliada de esta inefectividad. Ambos
viven en el miedo del abandono. Sólo el hombre abandona, él tiene el derecho.
El hombre es promiscuo porque la mujer se lo permite. La mujer es
sobreprotectora porque tiene que encontrarle sentido a su identificación”.
Más
que una pareja aquí lo que hay son dos individualidades que se juntan sin
unirse y se toleran como pueden. Las relaciones entre ellos son de dominación y
sumisión, abundan los celos y las heridas no cicatrizan.
El
diálogo en estas parejas no existe, solo se comunican para dar algunas
informaciones, para hablar de cosas externas o para pelear, discutir y
reclamar, no se sabe hablar desde el corazón y existe miedo a hacerlo. Los
sentimientos se esconden (se ven como un signo de debilidad), predominan los
pensamientos y juicios.
Es
una pareja en la que el amor está por debajo de sus debilidades, aunque está
presente; de esta unión que quisiéramos llamar conyugal, pero es más bien una
forma de apareamiento social de donde provienen los hijos.
Los
hijos son algo querido y deseado pero por motivos diferentes. Para la mujer el
hijo es el sentido de la vida, su realización, los hijos serán su seguridad, su
consuelo. Para el hombre lo que importa es la cantidad, el sexo y el parecido
físico, su horizonte como varón es ser un padrote.
Los
hijos crecen pegados a la mujer y con carencias afectivas; en ellos predomina
el sentimentalismo sobre las convicciones, la voluntad y la firmeza; tienen
dependencia materna y ausencia paterna:
al crecer reproducen los roles de hombre y mujer que han visto en su casa.
A
los hijos les cuesta abandonar el hogar y cuando lo hacen, normalmente siguen
vinculados afectivamente; la familia que puedan formar siempre será menos
atractiva que la de donde procede. Con esto, el camino hacia una ruptura en el
hogar formado por hijo está abierto.
Consecuencias
No
seré nada profundo aquí, me limitaré a citar algunas de las características que
vienen como consecuencia de lo que acabo de comentar sobre la familia
venezolana y sus miembros.
a) El individualismo.
Que
el venezolano común es individualista, hasta un ciego lo ve. Hay un dicho
popular criollo que reza así: “sobre mi tierra mi caballo, sobre mi caballo yo
y sobre yo... mi sombrero”. Así es el venezolano; huye de la comunidad, de lo
conjunto, porque no sabe afrontar ni soportar las obligaciones de respeto, no
hay compromiso, es incapaz de ceder, el bien particular está situado por encima
del bien común, que lo comunitario se arregla por si solo. El interés domina sobre
la solidaridad.
El
común de los venezolanos no participa en nada comunitario y, cuando lo hacen,
es porque ven o piensan que pueden sacar algún provecho particular, ya sea
material o bien brillo o reconocimiento.
El
yo brilla, el nosotros y lo nuestro no existe. En el matrimonio la mejor imagen
que define al venezolano es la del “casado soltero”. Las cosas son mías o
tuyas, pero no nuestras. Tú eres mía o mío, pero nosotros no existimos. El
marido y la mujer muchas veces ignoran de su cónyuge cuánto gana, el horario de
trabajo y hasta el lugar.
b) La superficialidad
El
venezolano es superficial. Bonito pero no bueno. De apariencia deslumbrante
pero carente de consistencia y de fortaleza. Sus relaciones son superficiales y
no aguanta la intimidad.
Para
la intimidad se necesitan valores como: seguridad en si mismo, fortaleza
interior, firmeza, seriedad, hondura, profundidad, responsabilidad,
autenticidad, capacidad para mirarme a la cara a mí mismo.
Como
que el venezolano no tiene esto no aguanta la cercanía ni la intimidad y lo
suple con una superficialidad melosa de palabras bonitas dichas en tono
cariñoso: “mi cielo”, “mi vida”, “mi amor”, “mi amigo del alma”, mi hermano”,
“corazón”, “bello”, “hermoso”, “doctor”, “mi pana”, “amigo”, “poeta”, “líder”,
“varón”, etc.
Se
aparenta pero no se es. Por eso el venezolano es pantallero, de eventos y no de
hábitos, es una llamarada que se apaga rápido, atractivo pero sin consistencia
ni continuidad.
Por
esta razón le molesta quien le dice las verdades y lo rechaza, no sabe aceptar
la crítica ni reconoce su falla. El que dice la verdad es tachado enseguida de
irrespetuoso, simplemente porque no transige con la mentira, la mediocridad o
el error.
Esta
superficialidad lleva al irenismo barato. Como decía el P. Rafael Carías-s.j.:
“En Venezuela no hay mártires porque aquí todo se arregla”. La paz barata es
más importante que la verdad, el bien o la justicia. En la práctica, la
dignidad de las personas es menos importante que la tolerancia, la negociación
o el arreglo.
Otra
consecuencia de la superficialidad es que resulta mucho más grave herir un
sentimiento que ser irresponsable. No se acepta que me digan no, pero se acepta
con la mayor naturalidad (a pesar de que haya enfado o dolor) que no se cumpla
con los compromisos.
c) La sordera
Uno
de los patrones de escucha más utilizados del país consiste en oír lo que
pienso en lugar de lo que me dicen. Esto es consecuencia de la baja autoestima
que lleva consigo la necesidad de ser alguien, de ser tomado en cuenta, de
vencer. Es un mecanismo de autodefensa contra la propia mediocridad.
Sólo
se puede oír desde un yo firme y consistente, capaz de aceptar a un tú de igual
a igual. La sordera es para evitar el enfrentamiento. Es instintiva,
automática. No es por malicia, es por bajeza y mediocridad.
d) El facilismo y la necesidad de brillar
Las
dos cosas van ligadas y tienen la misma raíz, al igual que todo lo que hemos
dicho anteriormente. El problema real es la pobreza de fondo.
Como
que no valgo, para no hundirme, tengo necesidad de brillar, de ser considerado,
aplaudido, acariciado. Como no sé y no puedo reconocerlo porque eso me
destrozaría, buscaré lo fácil, lo cómodo, lo que me puede hacer otro, lo que
puedo copiar, lo simple, lo burdo, y lo presentaré como algo grande,
importante, valioso, difícil, que me ha costado sacrificio. Todo menos
reconocer la propia realidad.
En
otras ocasiones, cuando no me sea posible recurrir a uno de esos subterfugios,
buscaré que otro me saque las “paticas del barro”, que me haga el trabajo, que
me solucione el problema, etc. De esta manera, como mínimo, yo podré seguir
sintiéndome satisfecho de mi habilidad para salirme de los problemas, “de ser
vivo”.
Otras
veces diré sí, porque no sé decir no, y por miedo a que decir no me pueda hacer
aparecer como alguien que no sabe, no puede o no es capaz. Por eso cuando se
pide algo siempre se contesta que sí, se acepta la propuesta; luego ya habrá
tiempo de encontrar una excusa para justificar que no lo hice, para justificar
que lo hice mal, para justificar que lo hice mediocremente, o, simplemente,
diré no con los hechos.
e) Carencia de límites
Esta
es otra característica propia de esta desestructuralización personal básica. No
se miden las consecuencias de los hechos, todo está permitido, se haga lo que
se haga no pasa nada, “no hay problema”. Los demás están en función de mí, el
bien común subordinado al bien particular.
Las
consecuencias de esto es que la función de la autoridad está desdibujada, la
fidelidad se percibe en función de mis intereses o criterios, las leyes están
hechas para apoyarme y, cuando me exigen una renuncia, entonces reacciono
diciendo que todo tiene su excepción. Las normas las cambio para que me cuadren
o me gusten, las organizaciones, los esquemas, las estructuras deben cambiarse
si yo me siento más a gusto con ellas cambiadas.
Todo
me está permitido, no hay límites personales ni sociales, yo soy el centro, las
cosas están en función de mí, a mí me han de obedecer, yo obedeceré si me
parece correcto o estoy de acuerdo. El individualismo y la sordera ya
mencionados tienen aquí su raíz.
Podríamos
señalar otras características, pero creemos que con las mencionadas ya queda
suficientemente dibujado el mapa de la realidad de la realidad familiar
venezolana.
Como
se puede ver, nuestro problema es de cimientos y estructuras. Un problema grave
y difícil que tardará tiempo en arreglarse y que no necesita de parches si no
ser abordado con profundidad, realismo y delicadeza.
f) El amiguismo
Esta
falta de estructura de la familia lleva a que el amigo y la amistad auténtica
no tengan cabida en la vida del venezolano. Los amigos se hacen enseguida
sospechosos de “raros” y, más que amigos lo que hay es “panas” y compadres.
Para
que haya una amistad auténtica es imprescindible que exista profundidad y
seguridad personal; sin estas dos características no se puede dar. Y de estas
dos características carecen el general de los venezolanos, por eso lo que se
dan son los “panas” y los compadres.
Los
“panas” son aquellos con los que me siento a gusto, con los que disfruto, me
divierto, paso horas haciendo nada o haciendo lo que sea. De ellos no importa
la persona sino lo que obtengo de ellos a nivel afectivo y de satisfacción
personal. Los “panas” no son más que amigos superficiales.
Después
están los compadres. El compadre es el cómplice, el que me “sinvergüencea” y al
que “sinvergüenceo”; es más: el que tiene la obligación de “sinvergüencearme” y
al que tengo la obligación de “sinvergüencear”, de tapar. El compadre es el que
da el apoyo, el que soluciona, la palanca y también es el que justifica, el que
esconde, el que permite.
Entre
los compadres el abuso es la norma. Los compadres se protegen y apoyan
mutuamente; son un seguro el uno para el otro. Esta es una amistad donde el
interés es el componente más fuerte.
Varias
condiciones resultan necesarias para que aparezca el padre y el esposo en la
Familia popular venezolana
El
día en que padre y madre por igual, como pareja conyugal sean las columnas
vitales en la educación consensuada de la familia y ejemplo de vida para sus
hijos, en un clima de amor fraterno, ese día nuestra familia florecerá y será
pródiga en valores.
Creemos
que de aparecer un padre real, bueno, en la familia venezolana podrá aparecer
un esposo auténtico y ya no un “hijo”, tratado como tal por la “esposa”.
Ante
todo, que por la vía de la práctica y de la reflexión conjuntas, aparezca como
proyecto, deseo y vida en el varón y en la hembra venezolana “la pareja”. Eso requiere, a su vez, que la madre asuma,
por el bien total del hijo, una renuncia a la exclusividad afectiva para con el
hijo.
También
se hace necesario que, progresiva pero seriamente, la comunidad que hace vida
con la “pareja” de padres sostenga sus deseos, esfuerzos y logros por vivirse
como auténtica pareja.
Además,
se hace necesaria mucha constancia en el actuar, mucho diálogo entre los
miembros de la “pareja” y mucha paciencia. Se trata de una estructura
socio-antropológica secular que muy difícilmente pueda desplazarse en corto
tiempo ni por esfuerzos aislados.
En
este punto movimientos laicos como: Encuentros Matrimoniales, Encuentros
Familiares, Encuentros Conyugales, Escuelas para Padres, Pastoral Familiar
resultan espacios importantísimos.
Digámoslo
claramente, el vivirse como esposo no aparece “por si mismo” en el
mundo-de-vida popular venezolano; pero el venezolano popular, sostenido
afectivamente e impulsado reflexivamente, familiar e institucionalmente, capta
claramente la belleza y valor de la praxis de esposo-marido para el crecimiento
humano de la pareja y como fondo posibilitador y sostenedor de la vida y
maduración de los hijos.
¿Qué
deberá hacer la mujer-madre?
Renunciar,
progresivamente, al deseo profundo que le dicta su mundo-de-vida por vivirse
exclusivamente como madre; dejar de lado la praxis de anulación del papel del
esposo en la familia y en la crianza; mirar al bien total del hijo que necesita
de ambas figuras, afectividades y proyectos para crecer de modo armónico y
estable.
Tales
actitudes, sinceramente vivenciadas, propulsarán un ambiente de diálogo en la
que las decisiones sean de la pareja y no de la mujer-madre; en que todos los
espacios vitales de la pareja y la familia sean verdaderamente convividos y en
los que los hijos puedan efectivamente vivir e internalizar figuras complementarias.
Corresponde
a ambos, esposo y esposa, ubicar el papel y significación de figuras centrales,
tales como las madres de ambos, en el lugar apropiado. Si la labor reflexiva y
práctica correctiva de la pareja no son sostenidas y respetadas por las figuras
circundantes, como, en este caso, las abuelas, la labor de construcción del
esposo y la pareja caen en “saco roto”.
La construcción de la imagen del padre
Psicólogos,
educadores y sociólogos, convencidos de la importancia del rol del padre en la
familia y la sociedad, se han dedicado a la tarea de rescatar la imagen del padre en un mundo que tiende a
opacarla cada día más. Son muchos los estudios e investigaciones en este campo;
me limito a citar sólo algunos, por razones de brevedad, y entre ellos, un trabajo
de tesis doctoral de José Antonio Ríos, cuyo título es: “La influencia del
padre en la dinámica personal del hijo”. En el prólogo, Rof Carballo dice que
es necesario crear unos lazos mediante la relación padre-hijo para completar el
ser inacabado que es el hombre al nacer.
En
sintonía con las tesis de Rof Carballo y José Antonio Ríos, el psiquiatra P.
Tony Anatrella[2] puso de relieve la importancia del padre en el desarrollo
psicológico del hijo. Destacó, sobre todo, las siguientes funciones:
a) Función de Identificación
“En
principio la función paterna es
indispensable para diferenciar al hijo de la madre, con su presencia recuerda
que la madre no se confunde con el hijo, que éste no pertenece sólo a la madre.
Si la madre es la que lo trae al mundo, el padre lo hace nacer
psicológicamente, facilitando el proceso de separación- individuación. Gracias
a la figura paterna, en efecto, el hijo se individualiza. En caso de “falta del
padre”, el hijo tiene que apoyarse en sí mismo y esto produce fragilidad en su
personalidad que se manifestará con frecuencia en el momento de la
post-adolescencia.
Desde
los 6 meses de edad, el niño comienza a distinguir a su padre, que deja de ser
para él prolongación de la madre. Hacia los 10 meses, el padre se presenta como
otro polo, a partir del cual el niño va a poder afirmar su autonomía.
El
padre es garante de la autonomía psíquica del hijo y de su apertura hacia el
mundo exterior. La madre, por sí sola, no puede representar esa autonomía que
necesita el hijo para llegar a ser él mismo” (P. Tony Anatrella)
El
padre, además, representa la diferenciación de los sexos, por ser de sexo
distinto de la madre; desempeña un papel de confirmación para el hijo varón de
su identidad sexual. El padre lo confirma en su masculinidad.
b) Función de Seguridad
La
presencia física y relacional del padre proporciona al hijo un tipo de contacto
corporal y de intercambio afectivo muy particular. Los hijos, en efecto,
necesitan sentir la presencia física del padre; jugar, confrontarse y medirse
corporalmente con él. Con el padre, el niño goza haciendo cosas. El intercambio
afectivo con el padre, más fuerte que con la madre, permite que los hijos
adquieran seguridad y confianza en sí mismos. Muchos jóvenes sufren porque no
saben qué es un padre. Son frágiles, inseguros, indecisos debido a la ausencia
de la imagen paterna en su vida psíquica.
c) Oferta de Códigos de Valores
“En
primer lugar la presencia estable de la autoridad de un varón adulto en casa es
necesaria para detener los excesos y para enseñar a los jóvenes el dominio de
sí mismos, especialmente en la adolescencia. Sin esa presencia del varón en la
comunidad, el proceso de socialización fracasa y las vidas de los jóvenes se
vuelven cada vez más caóticas y violentas.
En
segundo lugar, la presencia estable, en el hogar y en la comunidad, de maridos
que ganan el pan diario, proporciona a los jóvenes los modelos que les servirán
para madurar.
d) Ejercicio de Autoridad mediante la creación
de una Amorosa Disciplina
El
mismo Juan Pablo II en "Familiaris Consortio" al respecto nos dice:
“Como
la experiencia enseña, la ausencia del padre provoca desequilibrios
psicológicos y morales, además de dificultades notables en las relaciones
familiares” (F.C. n.25)
Orientaciones para transformar la cultura de la Ausencia del Padre
“Después
de este análisis antropológico y socio-cultural, y viendo los vientos foráneos
que soplan desde otras latitudes, pudiera apoderase de nosotros un sentimiento
desesperanzador o de desaliento, pensando que es imposible nadar contra la
corriente. Al respecto quisiera ofrecer algunas sugerencias a partir de la
experiencia de mi humilde servicio a la familia.
1) Nada de fatalismo, el cambio es posible. Este
tipo de familia matricentrada, así como nos la presentan los antropólogos y la
encontramos en nuestro diario vivir, con raíces históricas muy hondas, puede
cambiar. Pero hace falta un largo trabajo de formación, orientación y
acompañamiento para que los esposos y padres del mañana dejen atrás patrones
culturales heredados y ensayen nuevos modelos, más acordes con el plan de Dios
sobre la pareja y la familia. No es imposible y tenemos ejemplos. Hace falta
salir de un conformismo y empezar a anunciar el Evangelio de la Familia.
2) La presencia del padre es indispensable.
Convencerse de que el bienestar del niño, y por ende, de la sociedad y de la
Iglesia, depende de la presencia estable del padre en el hogar en una relación
estable con su esposa: y esto es cierto tanto de un punto de vista psicológico
como teológico, como hemos visto en el desarrollo de esta ponencia, a pesar de
las limitaciones de tiempo y espacio.
3) ¿Qué hay que recuperar entonces de la figura
paterna?
a)
Destacar la importancia del padre en los procesos de desarrollo del hijo.
Se
ha tenido muy poco en cuenta, como hemos visto, la relación que existe entre el
tipo de relación padre-hijo y el desarrollo cognitivo, el fracaso escolar y el
logro, el ajuste emocional y la conquista de la identidad psico-afectiva, así
como el peso que adquiere en el momento de incorporar a la propia conducta un
verdadero código de valores.
b)
Intensificar la relación con el padre en las etapas infantiles. Una verdadera
formación de padres, una Escuela de Padres o para Padres, siempre han de llevar
consigo el impulso de cuanto contribuya a reforzar los vínculos de afecto y las conductas de
apego con la figura paterna.
c)
Que el padre ocupe un lugar más central en los procesos educativos que tienen
lugar en el interior de la familia. No conviene dejar a un lado al padre cada
vez que maestros y educadores intervengan en la dinámica familiar.
d)
Construir la conyugalidad. Sólo una gran alianza pastoral entre familia, catequesis, educación y
juventud, logrará a largo plazo construir parejas más estables y padres
comprometidos con sus hogares.
e)
Tener a Dios como modelo de toda Paternidad-Maternidad. En el paseo Bíblico que
hicimos en el capítulo anterior, buscando las características del rostro del
Padre celestial, modelo de toda paternidad y maternidad humana, nos hemos
encontrado con un Dios misericordioso, compasivo, amigo, fiel, que corrige y
perdona, regenera en el amor, respeta la libertad y autonomía, ama con una
entrega total, etc.…
Los
padres humanos tienen en Dios Padre el modelo. Mirando al Padre se harán
capaces de orientar de verdad a sus hijos en los valores centrales humanos y
cristianos, siguiendo también la pauta de la pedagogía de Dios, de manera que
no se evadan las exigencias de una educación que dirige y corrige.
“De
todas maneras no hay que olvidar que, como enseña el Catecismo de la Iglesia
Católica, Dios “trasciende también la paternidad y la maternidad humanas,
aunque sea su origen y medida: nadie es padre como lo es Dios”
(CIC
239). Pero, por otro lado, siempre el Catecismo dice que “el lenguaje de la fe
se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera
los primeros representantes de Dios para el hombre” (CIC 239).
La
norma no son los padres, pues no son el modelo acabado. Sólo serán un buen
modelo si se asemejan al Modelo del Padre celestial, caminar según la voluntad
y el modelo del Padre.
Es
misión de los padres revelar el “genuino rostro de Dios”, Padre amoroso que
educa a sus hijos.
El
padre verdadero, aquél que es, en cierto modo, junto con la madre, representante
de Dios en la familia, es no sólo quien es instrumento de Dios para procrear,
sino quien educa, forma amorosamente con el corazón modelado por el Padre
Celestial, para introducir al hijo en la vida adulta, en la madurez humana y en
la madurez de la fe.
Tenemos
en nuestra pastoral el más bello de los retos, la más prometedora oportunidad
para hacer un aporte efectivo hacia una mejor sociedad: La Familia. Y, para que
nuestras familias lo sean en plenitud, que Dios nos guíe en rescatar y
revalorizar al Varón como Padre y Esposo en la cultura de nuestra Familia
Venezolana.”[3]
[1] GRACIA Antonio, padre
pasionista: ¡En familia ganamos todos!
; pág. 22
[2] Ponencia para el congreso organizado con motivo del año del Padre, en
preparación del gran Jubileo (Pontificio Consejo de la Familia, Roma, 1999).
[3] Ponencia presentada por el Pbto. Aldo Fonti en el 2do.
Congreso de la Familia realizado del 3 al 5 de Junio de 2005 en el Domo de
Cabimas, Edo. Zulia.
© Hernán Antonio Núñez
e-mail: hernan_nunez2004@yahoo.com
© Hernán Antonio Núñez
e-mail: hernan_nunez2004@yahoo.com
Pintura de la Familia Venezolana (Núñez-Padrón) realizado por la artista española Margalalalita Sánchez Mañas |
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