Nadie es perfecto...
Yo, de 3 años |
Esta es una de tantas historias de un niño venezolano (la mía)… nací pobre. Desde que tengo memoria sólo recuerdo a mi mamá a mi lado; a mi papá solo lo recuerdo en dos imágenes, una cuando me iba a pegar y la última cuando tenía cuatro años que me regaló un caramelo, creo que era su ofrenda de despedida, ¡nunca más lo vi!
Durante mi crecimiento nunca vi a mi mamá ociosa, ella no
sabía lo que era el tiempo libre, siempre estaba en la cocina haciendo arepas
para vender o cocinando lo poquito que había para todos nosotros (les cuento
que soy el menor de cinco varones y después tuvo una hembra), otras veces
estaba lavando o planchando a los vecinos para ganar unos realitos adicionales.
Sin embargo se las arreglaba para estar de muy buen humor y
para atendernos a cada uno como si fuéramos hijos únicos. Hasta las plantas
florecían con gusto bajo el cuidado de sus manos; siempre estaba contenta y
hasta le oíamos cantar mientras trabajaba en la casa.
Una vez sólo había un poco de arroz que acompañó
deliciosamente con salsa de tomate, no había más nada de comer, pero con el
cariño que lo servía lo hacía exquisito y yo le pedí más… mí mami me dio su
plato que no había tocado y me dijo: -¡cómete éste, yo no tengo hambre!- Esa
fue la primera mentira que descubrí en mi mamá.
En una oportunidad, una vecina le regaló dos pescados y con ellos hizo
una sopa, que compartió para los seis hermanos y se sentó a nuestro lado, con
una cara de inmensa ternura y se comió el espinazo de un pescado que habíamos
dejado con algo de carne pegado; mi corazón se estremeció al verla. Quise darle
un buen pedazo del que yo tenía y lo rehusó diciendo: -Cómete tú el pescado
hijo, lo necesitas para crecer y a mí, en realidad, no me gusta mucho el
pescado-. Esa fue su segunda mentira.
Así se fue a trabajar en una casa de familia, y nos
quedábamos al cuidado de mi madrina (tía) o una prima que también vivían en
casa, para poder ganar algo más dinero y poder pagar por nuestra educación.
Cuando llegaba en la tarde la esperábamos con ansia pues siempre nos traía
ricos bocadillos que no habían comido la familia donde trabajaba y hasta ropa
nos traía.
Una noche que llovía mucho, me desperté sobresaltado por un trueno y vi a mi mamá planchando, en la madrugada, la ropa de la familia donde trabajaba para obtener un dinero adicional y le dije que se acostara a descansar. Me miró con dulzura y sonriendo me dijo: “Ve hijo, acuéstate tu primero, yo voy ahorita, no estoy cansada todavía”. Esa fue otra mentira de mi mamá.
En otra ocasión estudié hasta muy tarde porque tenía examen final en primaria y estaba muy nervioso. Todo el tiempo que estuve en la noche estudiando ella planchaba y cada rato me daba una vuelta para que supiera que estaba acompañado.
En la mañana me acompañó a la escuela y me esperó a que saliera, apenas terminé, salí rápido a la puerta y allí estaba ella esperándome, me abrazó cálidamente y me ofreció un cuartico de leche pasteurizada que había comprado, me sacié y le pedí que tomara un poco y me dijo: “Tómatelo hijo, ya yo me tomé uno”. Esa fue la cuarta mentira de mi mamá.
Nuestra situación económica siempre fue delicada aunque
nosotros casi no lo notábamos por el ambiente de amor que reinaba en casa. Mi
papá se fue de la casa cuando apenas yo tenía cuatro años, luego que mi mamá
descubriera que tenía una doble vida y era casado. Mas nunca volvió a tener
pareja, decía que no necesitaba de otro amor. Esa fue su quinta mentira.
Yo, de ejecutivo de ventas |
En oportunidades le ofrecía dinero para que se comprara algo
de su gusto o que los gastara como mejor quisiera y lo rechazaba diciendo:
“Tengo todo lo que necesito”. Ahí si es verdad que no puedo asegurar si mentía
pues las necesidades de todos no son iguales y a algunos (como ella) le
satisfacen más las cosas espirituales.
Mi mamá era hipertensa y también tenía mal de chagas, pues de joven había sido picada de chipo que abundaban en el campo de Yaracuy donde creció. Ella bromeaba diciendo que tenía el corazón muy grande porque tenía mucho amor para dar.
Estando un domingo en misa, nos llamó al celular nuestra hija mayor para informarnos que su abuelita (mi mamá), tenía un dolor muy grande en el pecho y la llevamos al hospital militar; ella le dijo a la doctora que era porque estaba pasando coleto y le mandaron desinflamatorio y relajante muscular, pues según la doctora era una contractura muscular.
Cuando a los días le tocaba su cita con el cardiólogo
enseguida el galeno detectó que tenía un infarto de hacía una semana (esa era
la contractura que había diagnosticado la doctora previamente) y la dejaron
hospitalizada de inmediato, donde estuvo como dos semanas en tratamiento
intensivo.
Al salir del hospital, el médico nos dijo que cualquier arritmia podía ocasionarle la muerte pues su corazón había quedado muy delicado. Ya en casa, como le habían mandado un tratamiento “doble a ciegas” tutoriado por un laboratorio de Houston, Texas, nos decía que ella siempre supo que sería una persona importante, pues desde los Estados Unidos estaban pendiente de ella y se reía muy quedo, ¡ya sin fuerzas!
Y esa si fue una gran verdad, pues al otro día mi esposa
bajo con el despertar del día y la encontró yaciendo en el piso frío, dormida para siempre, a la edad de 79
años, justamente cuando nuestra hija mayor cumplió los 18 años.
Esta historia tal vez sea algo triste por las penurias por la que pasó mi madre, pero me queda la satisfacción que fue una mujer muy noble, de gran corazón (en todo sentido) y de verdad que si tenía mucha capacidad para amar. Aun recuerdo sus travesuras y me sonrío entre lágrimas...
Desde el cielo, donde debes estar Madre querida,
¡bendícenos!
© Hernán A. Núñez
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