Ayer
tarde le pedí a mi esposa que me acompañara a comprar un teléfono celular
y en efecto nos fuimos hasta la avenida San Martín donde lo había visto en una
tienda.
Luego
de comprarlo, iba más contento que niño chiquito con juguete nuevo y con una
mano iba operándolo como me había enseñado la joven de la tienda y con la otra iba de manos con mi señora,
¡de lo más feliz!
Casualmente
lo había puesto en modo “cámara fotográfica” y de forma abrupta (para la
sorpresa de ella y bueno, …también la mía) le solté la mano y enfoqué con mucho
cuidado la imagen que tenía ante mi… ¡no daba crédito a lo que veían mis ojos!
Acto
seguido, en plena calle mi mujer se trasformó en una cuaima, insultándome y me
sonó una soberana cachetada y no me quiso hablar sino esta mañana.
Pero,
en honor a la verdad… ¡seamos honestos! ¿Cuántas veces te encuentras a un güevón
perro manejando un taxi por la ciudad?
© Hernán A. Núñez
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