Así como un verdor en el
desierto,
con sombra de palmeras y agua
caritativa,
quizás sea tu amor lo que me
sobreviva,
viviendo en un poema después
que yo haya muerto.
En ese canto, cada vez más mío,
voces indiferentes repetirán mi
pena,
y tú has de ser entonces como
un rastro en la arena,
casi como una nube
que pasas sobre un río...
Tú
serás para todos una desconocida,
tú que
nunca sabrás cómo he sabido amarte;
y
alguien, tal vez, te buscará en mi arte,
y al
no hallarte en mi arte, te buscará en mi vida.
Pero
tú no estarás en las mujeres
que
alegraron un día mi tristeza de hombre:
Como
oculté mi amor sabré ocultar tu nombre,
y al
decir que te amo, nunca diré quién eres.
Y dirán que era
falsa mi pasión verdadera,
que fue sólo un
ensueño la mujer que amé tanto;
o dirán que era
otra la que canté en mi canto,
otra, que nunca amé
ni conocí siquiera.
Y así será mi
gloria lo que fue mi castigo,
porque, como un
verdor en el desierto,
tu amor me hará
vivir después que yo haya muerto,
pero cuando yo
muera, ¡tú morirás conmigo!
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