Una mujer
indigente, rumiaba sus desventuras: “No tengo amigos ni familia y a mí nunca nadie
me habló de Dios, sobrevivo en la calle y como lo que otro bota en la basura... aquí en la soledad de mi corazón exclamo: ¡Si es verdad que existes, llega hasta mi hoy!
Sólo conozco
desengaños, mentiras y desprecios; el desamor es una herida que está en mi
siempre sangrando, me gustaría conocer a alguien que me ame como soy... ¿quién podrá
rescatarme? si no valgo nada… ¡nadie ve mi dolor!”
-Si tú vales mucho-,
le dijo El Señor, -allí en la cruz, yo miraba tu vida y perdoné tus errores... ven
a Mí, te quiero amar como nadie te ha amado, ya no estarás sola, ni serás pordiosera...
te llenaré de amor como te mereces-
¡Y en ese momento,
la pobre mujer murió a nuestros ojos… ¡pero realmente ascendió a la Paz del
Señor! Nadie podía explicar cómo sus vestiduras, antes sucias y derruidas, se
tornaron limpias y extremadamente blancas, y en su curtido rostro, ya inerte,
ahora se dibujaba una angelical sonrisa de complacencia y felicidad...
Original de María
Inés Díaz (Editado por mi)
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