Ayer
también se celebró el “Día de La Enfermera”, aunque un poco opacado por la
también celebración de nuestras madres, pero no quería dejar pasar por debajo
de la mesa un reconocimiento a esta noble gente trabajadora, tan sacrificada y
por cierto muy mal remunerada, al menos en nuestro país. Pero conozcamos un poco
el porqué ayer se celebro ese día.
Desde
1965 el Consejo Internacional de Enfermeras, celebra el día Internacional de la
Enfermera. El Gobierno de Venezuela, consciente de los grandes méritos que
adornaron en vida a Florencia Nightingale, destinó la fecha de su natalicio,
para celebrar el Día de la Enfermera, con la unánime complacencia nacional; esta
noble y dedicada mujer es considerada la creadora de la enfermería moderna.
El 12 de mayo de 1820, nació esta distinguida samaritana en la ciudad de Florencia (por cuyo motivo sus padres le dieron el nombre de esta hermosa población italiana) y murió en Londres el 13 de agosto de 1910, satisfecha de su obra de amor, plasmada con abnegación incomparable, realizada contra la voluntad de la época y el sentimiento de una sociedad indiferente y apegada a prejuicios clasistas.
Una
extraordinaria y valiosa dama, que recorría trincheras en horas de las noches
en el fragor de la primera guerra mundial, en las líneas del ejército de Gran
Bretaña; por sus diestras manos pasaron miles y miles de heridos y necesitados
y para todos tuvo una palabra de aliento y su ayuda médica incondicional.
En
1937, se profesionaliza este noble oficio, durante el gobierno del Eleazar
López Contreras, creándose la Escuela Normal Profesional de Enfermeras, la cual
abrió sus puertas un año más tarde con 24 estudiantes con edades comprendidas
entre 18 y 30 años. Con esta iniciativa el Ministerio de Educación buscaba
entrenar el personal humano que se convertiría en docentes de las futuras
escuelas que se abrirían en todo el país.
Dicha
Escuela estuvo regida al principio bajo
la dirección y administración de dos españolas, Monserrat Ripol Noble y Aurora
Mas Gaminde, ambas egresadas de una universidad norteamericana, que vinieron a
Venezuela después que el gobierno de Francisco Franco les prohibiera la entrada
a su país. Como instructora a tiempo parcial Sara Colmenero, egresada de la
Universidad de California, Los Ángeles y
una maestra que enseñaba temas de quinto y sexto grado para nivelar las
deficiencias del grupo. Los estudiantes avanzados de medicina enseñaban los principios
básicos de medicina.
La
escuela estaba ubicada en la plaza El Panteón y contaba con residencias, a los
estudiantes no se les cobraba matricula ni mensualidad alguna. También recibían
alimentación, uniformes, zapatos y medias. El personal resultó insuficiente
para atender aquel grupo de 24 estudiantes y la situación se agravó cuando a la
sede de la escuela se presentaron 115 aspirantes solicitando cupo para ingresar.
Hoy
día la enfermería es una profesión de gran demanda que cuenta con centros de enseñanza en universidades como la UCV, la de Mérida y
otras. En colegios universitarios como el del Centro Médico de Caracas, también
se imparten cursos que buscan aumentar los niveles de formación, de
investigación y de servicio, así como mejorar la competencia que deben tener estas mujeres
y hombres que son pilares fundamentales,
junto con los médicos y otros técnicos, de los hospitales y centros médicos
responsables de prestar servicios de
salud en todo el país a los venezolanos.
Es
propicia la ocasión para recordar con afecto y respeto a nuestras generosas
enfermeras, especialmente a las pioneras de este noble apostolado: Petra Luna
(del siglo antepasado), Vestalia Terrero de Henrique (comienzos del pasado
siglo), Antonia Fernández, Teodá Vivas, Amparo Larrosa de Irizarri, María Antonia
Campos, Guillermina Neuman, Aura Rivas de Parra, Hilda Pérez, Maruja Rivas,
Berta Naranjo, Aurora Sánchez, Paula de Sanoja, Blanca Bocaranda de García,
Alicia Bustamante.
Mi hija menor, Winnie Letzabí Núñez Padrón |
Hay
muchísimas más que me sería imposible nombrar a todas, pero como no acordarme
de la Sra. Trina González, de Mamá Clara Amelia de Escalante, enfermeras del
barrio, de la Sra. Luisa Trujillo, de la Sra. Angelina Cuica de Álvarez, de
Carmen Milano de Aular, Milagros Núñez de Brea, de mi propia hija Winnie
Letzabí Núñez Padrón y todas sus compañeras, todas ellas a cual más dedicada, abnegadas
mujeres con valores de entrega y ternura, que hacen la vida más llevadera del
paciente cuyo primer contacto es precisamente: la enfermera.
Muchos
de nosotros hemos estado en un hospital o clínica, y esa noble trabajadora, toda
de blanco cual si fuera un ángel, nos alienta y reconforta con su dulce voz y
ese gran cariño que pareciera fuente inagotable, haciendo más llevadera la
reclusión en esos nosocomios, armada de una paciencia sin fin, ante las
impertinencias propias del enfermo, atribulado por la afección que lo aqueja. La presencia de una enfermera es, a mi parecer, muy importante, esa primera impresión puede ayudarnos a mejorar.
¡Vaya para todas los profesionales de la enfermería mis parabienes y mis mejores
deseos!
©
Hernán Antonio Núñez
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