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miércoles, 15 de mayo de 2013

El Circo

Cuando yo era un niño, en cierta oportunidad estaba con mis hermanos y mi mamá haciendo cola para comprar entradas para un circo que cada temporada iba por la capital. Al final, solo quedaba una familia entre la ventanilla y nosotros.

Esta familia me impresiono mucho. Eran ocho niños, todos probablemente menores de doce años. Se podía apreciar que no tenían mucho dinero. La ropa que llevaban no era cara, pero eso sí, estaban limpiecitos. Los chicos eran bien educados, todos hacían bien la cola, de a dos detrás de los padres, tomados de la mano.

Hablaban con excitación de los payasos, los trapecistas y equilibristas, los elefantes, tigres y otros números que verían esa noche. Se notaba que nunca antes habían ido al circo. Prometía ser un hecho sobresaliente en sus vidas.

El padre y la madre estaban al frente del grupo, de pie, orgullosos. La madre, de la mano de su marido, lo miraba como diciendo: " Eres mi caballero de brillante armadura". Él sonreía, henchido de orgullo y mirándola como si respondiera: "Tienes razón y tu eres mi bella doncella".

La bella empleada de la ventanilla preguntó al padre cuantas entradas quería. Él respondió con orgullo: "Por favor, deme ocho entradas para menores y dos de adultos, para poder traer a toda mi familia al circo". La empleada le indico el precio.

La mujer, con un sobresalto disimulado, soltó la mano de su marido, ladeo su cabeza y el labio del hombre empezó a torcerse. Éste se acercó un poco mas y pregunto: "Disculpe, ¿cuánto dijo?" La empleada de la taquilla volvió a repetirle el precio… ¿Cómo iba a darse vuelta y decirle a sus ocho hijos que no tenía dinero suficiente  para llevarlos al circo?

Viendo lo que pasaba, mi mamá metió la mano en su bolso, saco un billete de cien bolívares (que en ese tiempo era una fortuna) y disimuladamente lo dejó caer al suelo (nosotros no éramos ricos en absoluto). Mi madre se agachó, recogió el billete, palmeó al hombro del caballero y le dijo: "Disculpe, señor, se le cayó esto del bolsillo".

El hombre, al instante, se dio cuenta de lo que pasaba. No había pedido limosna, pero sin duda apreciaba la ayuda en una situación desesperada, angustiosa e incómoda. Miro a mi madre directamente a los ojos, con sus dos manos le tomo la suya, apretó el billete de cien bolívares y con labios trémulos y una lagrima rodándole por la mejilla, replico: " Gracias señora, mil gracias. Esto significa realmente mucho para mi familia y para mí".

Mi mamá, mis hermanos y yo volvimos a nuestra casa caminando, con un sentimiento inusitado, apreciamos la maravilla de los arboles a los lados de calles y avenidas y un espectacular atardecer lleno de nubes ocultaba una postal donde el sol oculto entre las nubes escondía sus rayos dejando ver un cielo azul-grisáceo de la tarde.

Esa noche no fuimos al circo, pero no nos fuimos sin nada, teníamos el corazón henchido de amor...

Autor desconocido



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