Hace
mucho tiempo atrás, en la última mitad de la segunda década de mi vida, siempre
tenía un sueño recurrente, donde irremediablemente caía de un enorme edificio de un
hospital, el el cual estaba de visita y cuando ya estaba próximo a caer, me despertaba
sobresaltado, sentado en mi cama, sudoroso, con el corazón queriéndose salir
por la boca.
Era
una sensación horrible, me producía un miedo atroz y nunca se lo conté a
nadie, eso afectaba mi figura de hombre fuerte, altivo, sin miedo a nada… No
sabía como enfrentar ese terrible escenario de fantasía. Yo mismo debía poner coto a esa situación, no acostumbraba a que las cosas se escaparan de mi control.
Un
buen día, me detuve a pensar en esa pesadilla que se repetía y repetía, todo estaba en mi mente, allí mismo entré a resolver ese problema que
me perturbaba. Comenzaron las estrategias, mi corazón me guiaba y me dijo a mi
mismo que era solo producto de mi imaginación, le respondí que ya lo sabía y aun así
me molestaba.
Una
tarde de Mayo, camino a mi casa, con el sol en mi espalda, y por el envés ensombrecido
de mi cuerpo cubriendo un corazón pleno de ilusiones trataba con empeño de regularizar mi vida, sin esa sombra tenebrosa que me asaltaba sin piedad por
las noches, dejándome hecho un guiñapo emocional.
Esa
tarde vi en un calendario, era Mayo, el mes de la Virgen María y se me prendió una
luz en la oscuridad mental en la cual estaba inmerso. Listo! Pediría ayuda
divina y le rogué a la Madre de Dios que me ayudara a terminar ese tormento de
incertidumbre, de no saber que seguía a esa ingrávida caída que me alucinaba en
las sombras y se me antojaba interminable.
De
seguida, se me ocurrió que justo en ese momento, mientras estaba despierto
podría programar mi mente para acabar con esa pesadilla y así fue como tomé la decisión
de no despertarme durante mi alucinante caída onírica. ¡Eso haría, estaba dicho!
Yo creo que mi corazón estaba contento, aunque un poco en suspenso a que llegara
la noche y con ella los sueños.
No sin
cierto sobresalto pensaba que esa noche no me agarraría de sorpresa, ¡no señor!
tenía un as en la manga, estaba preparado. Luego de un Padre Nuestro y un Ave
María, casi sin darme cuenta, me encontré en los predios de Morfeo, allí vi una
cama al aire libre, como en un pequeño claro del bosque cuyos árboles pintaban
infinitos tonos de verdiamarillos con ocres apastelados, en ese aletargamiento
mágico me dio sueño y quedé sumido en un segundo sueño (incluido en el primero).
Fue
entonces que tuvo lugar la recurrencia espantosa, etérea, y otra vez fui
expelido al vacío... a mi enemigo, ¡la pavorosa caida!... pero extrañamente esta vez no tenía tanto desasosiego como antes, esta vez recordé en ese
sueño dentro de mi sueño que había hecho un pacto con una mujer de
extraordinaria hermosura y ojos aun más bellos y aunque no me había dicho nada,
la luz de su sonrisa con unos dientes infinitamente blancos así lo certificaban.
Más
tranquilo iba cayendo y mi corazón se aceleraba ante el inminente impacto, sin
embargo no intenté como en otras oportunidades de despertarme y seguí en caída
libre, hasta que “cataplunquete” me pegué el mayor golpe de mi vida… mejor
sería decir, el mayor golpe de mis sueños. No sentía dolor alguno, pero
extrañamente sabía que no estaba muerto aunque si estaba en el piso, inerte; me
desperté de mi sueño más profundo y esta vez estaba en un mullido césped a los
pies de la cama en el bosque.
En
este sueño inicial tenía todos mis sentidos agudizados y podía escuchar como un gran director de
orquesta guiaba la melodía de la naturaleza, los gorjeos y trinos de las aves
junto a las flautas de los juncos y bambúes alrededor del lago, las acompasadas y
rítmicas olas del agua prodigaban la percusión de la serenata y los rayos del
sol hacían piruetas maravillosas entre las danzarinas hojas de los pinos, eucaliptos y
demás árboles, bailando movidas por la brisa que fungía de coreógrafa.
En ese
éxtasis natural subí a la suave cama que estaba revestida de una fina tela de
seda azul como el cielo mismo y descansé como jamás lo había hecho, placentera y exquisitamente, hasta que el despertador madrugador me sacó
también de ese sueño placentero y al despertar y sentarme en mi verdadera cama quedé de
frente a un cuadro de la Virgen María, que al prender la luz, vi que su capa
era idéntica a la sabana que cubría la cama del sueño y reconocí esa sonrisa
sobrenaturalmente hermosa, podría asegurar que me guiñó un ojo cómplice.
Después
de eso, nunca más volví a tener ese horrible sueño y hasta soñaba que tenía poderes
sobre la gravedad y podía volar a voluntad, disfrutando de la naturaleza en todo
su esplendor...
©
Hernán Antonio Núñez
Indiscutiblemente mi querido escritor, sigues punteando en esto de ser tu fans numero 1. Los recursos utilizados unido a ese sentimiento de credibilidad con que narras haces que el lector se atrape. MI RESPETO
ResponderBorrarMil gracias Emérita, besos!
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