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viernes, 10 de mayo de 2013

El Pan de Cristo

El siguiente es el relato verídico de un hombre llamado Víctor. Al cabo de meses de encontrarse sin trabajo, se vio obligado a recurrir  a la  mendicidad para sobrevivir, cosa que detestaba profundamente.

Una fría tarde de invierno se encontraba en las inmediaciones de un club privado cuando observó a un hombre y su esposa que entraban al mismo. Víctor le pidió al hombre unas monedas para poder comprarse algo de comer.

Lo siento, amigo, pero no tengo nada de cambio -replicó éste. La mujer, que oyó la conversación, preguntó:-¿Qué quería ese pobre hombre? Dinero para una comida, dijo que tenía hambre -respondió su marido.

¡Lorenzo, no podemos entrar a comer una comida suntuosa que no necesitamos y dejar a un hombre hambriento aquí afuera! El le respondió: ¡Hoy en día hay un mendigo en cada esquina! Seguro que solo quiere el dinero para beber.


¡Yo tengo un poco de cambio! Le daré algo; aunque Víctor estaba de espaldas a ellos, oyó todo lo que dijeron. Avergonzado, quería alejarse corriendo de allí, pero en ese momento oyó la amable voz de la mujer que le decía: Aquí tiene unas monedas. Consígase algo de comer, aunque la situación está difícil, no pierda las esperanzas; en alguna parte hay un empleo para usted. Espero que pronto lo encuentre.

¡Muchas gracias, señora! Me ha dado usted ocasión de comenzar de nuevo y me ha ayudado a cobrar ánimo. Jamás olvidaré su gentileza. Dijo ella con una cálida sonrisa, dirigida más bien a un hombre y no a un mendigo: - Estará usted comiendo el Pan de Cristo, ¡compártalo!

Víctor sintió como si una descarga eléctrica le recorriera el cuerpo. Encontró un lugar barato donde comer, gastó la mitad de lo que la señora le había dado y resolvió guardar lo que le sobraba para otro día.

Comería el pan de Cristo dos días. Una vez más, aquella descarga eléctrica corrió por su interior. ¡El pan de Cristo! ¡Un momento! -pensó-. No puedo guardarme el pan de Cristo solamente para mí mismo.

Le parecía estar escuchando el eco de un viejo himno que había aprendido en la escuela dominical. En ese momento pasó a su lado un anciano. Quizás ese pobre anciano tenga hambre -pensó-. Tengo que compartir el pan de Cristo.

Oiga -exclamó Víctor-. ¿Le gustaría entrar y comerse una  buena comida? El viejo se dio vuelta y lo miró con descreimiento. ¿Habla usted en serio, amigo? El hombre no daba crédito a su buena fortuna hasta que se sentó a una mesa cubierta con un hule y le pusieron delante un plato de guiso caliente.

Durante la cena, Víctor notó que el hombre envolvía un pedazo de pan en su servilleta de papel. ¿Está guardando un poco para mañana? -le preguntó. -No, no. Es que hay un chico que conozco por donde suelo frecuentar, la ha pasado mal últimamente y estaba llorando cuando lo dejé. Tenía hambre. Le voy a llevar el pan-.

El pan de Cristo. Recordó nuevamente las palabras de la mujer y tuvo la extraña sensación de que había un tercer "Convidado" sentado a aquella mesa. A lo lejos las campanas de una iglesia parecían entonar a sus oídos el viejo himno que le había sonado antes en la cabeza.

Los dos hombres llevaron el pan al niño hambriento, que comenzó a engullírselo.  De golpe se detuvo y llamó a un perro, un perro perdido y asustado. -Aquí tienes, perrito. Te doy la mitad- dijo el niño. El pan de Cristo. Alcanzaría también para el hermano cuadrúpedo.

-San Francisco de Asís habría hecho lo mismo- pensó Víctor. El niño había cambiado totalmente de semblante. Se puso de pie y comenzó  a vender el periódico con entusiasmo.

Hasta luego -dijo Víctor al viejo-. En alguna parte hay un empleo para usted. Pronto dará con él. No desespere. ¿Sabe? -su voz se tornó en un susurro-. Esto que hemos comido es el pan de Cristo. Una  señora me lo dijo cuando me dio aquellas monedas para comprarlo. ¡El futuro nos deparará algo bueno!

Al alejarse el viejo, Víctor se dio vuelta y se encontró con el perro que le olfateaba la pierna. Se agachó para acariciarlo y descubrió que tenía un collar que llevaba grabado el nombre del dueño.

Víctor recorrió el largo camino hasta la casa del dueño del perro y llamó a la puerta. Al salir éste y ver que había encontrado a su perro, se puso contentísimo. De golpe la expresión de su rostro se tornó seria.

Estaba por reprocharle a Víctor que seguramente había robado el perro para cobrar la  recompensa, pero no lo hizo. Víctor ostentaba un cierto aire de dignidad que lo detuvo. En cambio dijo: En el periódico vespertino de ayer ofrecí una recompensa. ¡Aquí tiene! Víctor miró el billete medio aturdido.

No puedo aceptarlo -dijo quedamente-. Solo quería hacerle un bien al perro. ¡Téngalo! Para mí lo que usted hizo vale mucho más que eso. ¿Le interesaría un empleo? Venga a mi oficina mañana. Me hace mucha falta una persona íntegra como  usted.

Al volver a emprender Víctor la caminata por la avenida, aquel viejo himno que recordaba de su niñez volvió a sonarle en el alma. Se titulaba  "Comparte el Pan de Vida"...



El hombre compasivo será bendito: supo compartir su pan con el pobre.
Proverbios 22:9


"Yo soy el pan de vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, el que crea en mí no tendrá nunca sed." Juan 6, 35.
"Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día." Juan 6, 54.

Entonces el Rey dirá a los que están a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y tomen posesión del reino que ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo.
Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa.
Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver.»
Entonces los justos dirán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos, o sin ropa y te vestimos?
¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y te fuimos a ver?
El Rey responderá: «En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí.»
Mateo 25:34-40.

La madre Teresa de Calcuta nos decía:
"No se cansen de dar, pero no den las sobras, den hasta  que lo sientan, hasta que les duela".
¡Que el Señor nos conceda la gracia de tomar nuestra cruz y seguirlo, aunque nos duela!

Ahora, si quieres comparte con los demás el “Pan de Cristo”... ¡Yo ya lo he hecho contigo!

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