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miércoles, 15 de mayo de 2013

El peso de la oración

Una mujer pobremente vestida, con un rostro que reflejaba derrota, entró a una tienda. La mujer se acercó al dueño de la tienda y de la manera más humilde le preguntó si podía llevarse algunas cosas a crédito.

Con voz suave le explicó que su esposo estaba muy enfermo y que no podía trabajar; tenían siete niños y necesitaban comida. El tendero le pidió que abandonara su tienda.

Sobreponiéndose a la humillación y sabiendo la necesidad que estaba pasando su familia la pobre mujer continuó: -¡Por favor señor! Se lo pagaré tan pronto como pueda-.

El dueño le dijo que no podía darle crédito ya que no tenía una cuenta de crédito en su tienda. De pie cerca del mostrador se encontraba un cliente que escuchó la conversación entre el dueño de la tienda y la mujer.

El cliente se acercó y le dijo al dueño de la tienda que él se haría cargo de lo que la mujer necesitara para su familia.

El dueño, preguntó a la mujer: "¿Tiene usted escrito lo que va a necesitar?" La mujer dijo: -Si señor-. "Está bien," dijo el dueño, "ponga su lista en la balanza y lo que pese su lista, le daré yo en comestibles".

La mujer titubeó por un momento y triste pero esperanzada, buscó en su cartera un pedazo de papel y escribió algo en él. Puso el pedazo de papel, cabizbaja aún, en la balanza. Los ojos del dueño y el cliente se llenaron de asombro cuando la balanza se fue hasta lo más bajo y así permaneció.

El dueño entonces, sin dejar de mirar la balanza dijo: "¡No lo puedo creer!" El cliente sonreía y el dueño comenzó a poner al otro lado de la balanza los víveres que la buena mujer le iba indicando. La báscula no se movía por lo que continuaba poniendo más y más comestibles hasta que finalmente la balanza no aguantó más y se niveló.

El dueño se quedó allí parado con gran asombro. Finalmente, agarró el pedazo de papel y lo leyó reflejando aun mayor sorpresa... No era una lista de compra, era sencillamente una oración que decía: 'Querido Señor, tú conoces mis necesidades y yo voy a dejar esto en tus manos'.

El dueño de la tienda embolsó todos los comestibles que había reunido y se los dio a la mujer, quedándose allí en silencio, impactado. La mujer les agradeció enormemente sobretodo al caballero que gentilmente la ayudó y abandonó la tienda. El cliente le entregó al dueño un billete de 100 dólares y le dijo: "Valió cada centavo de este billete".

Solo Dios sabe cuánto pesa una Oración.

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